miércoles, 18 de enero de 2017

NO TOQUEN A MI UNGIDO

“Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra. No dará tu pie al resbaladero […]. Jehová te guardará de todo mal, él guardará tu alma. Jehová guardará tu salida y tu entrada, desde ahora, y para siempre” (Sal. 121:2, 3, 7, 8).

Hace tiempo trabajé para una conocida empresa de vehículos blindados en Los Ángeles, California. Inesperadamente, en menos de un año el director de la sucursal me ascendió a gerente de caja. Al aceptar el puesto, me convertí en la primera mujer afroamericana en ocupar una gerencia dentro de esa empresa; y apenas tenía veinte años. Lo que sucedió fue que poco tiempo antes yo había solucionado un grave problema causado por un supervisor, y mi superior se había dado cuenta. Yo había hecho un trabajo duro y delicado gestionando el dinero y haciendo la facturación, y eso no le había gustado al gerente de caja anterior, por lo que comenzó a hacerme la vida imposible para que yo renunciara al trabajo. Por la gracia de Dios, siempre mantuve la cabeza fría y me negué a responder negativamente al daño que recibía. A menudo, me sentía como una oveja rodeada de lobos. Empezaba cada día con una oración. En una empresa con personal mayoritariamente masculino, a veces me retiraba al baño de mujeres a gritar, orar, o pedir al Señor que pusiera una sonrisa de nuevo en mi rostro.
Un día, Rex,* uno de los gerentes, me llamó a una reunión. Frente a una sala llena de administradores, comenzó a lanzar razones por las que yo “no era adecuada para el puesto”. El Espíritu Santo me dio una respuesta convincente para cada una de las acusaciones de Rex. Al final de la reunión, el director de la sucursal amonestó a los demás directores por haber hecho perder el tiempo a todo el mundo, y por “haber actuado como niños”, según sus propias palabras. “Nuestra empresa y yo estamos muy satisfechos con el trabajo de Sherilyn, y no tenemos queja alguna de ella”, afirmó. Yo estaba triste por todas las mentiras que se habían dicho de mí, pero también estaba agradecida por el resultado. Lamentablemente, mis compañeros masculinos recrudecieron en su trato hacia mí después de esa reunión. Por eso, cada día, pedía a Dios que actuara en mi favor. Lo alababa con fe. Yo sabía que Satanás no lograría echarme de la empresa, a menos que Dios se lo permitiera.
Una mañana, al llegar al trabajo, vi un anuncio en la entrada que decía que Rex ya no era empleado de allí, y que no se le permitiría la entrada a las instalaciones. Poco después, me enteré de que los otros administradores que habían sido ofensivos hacia mi persona habían sido trasladados a otro lugar. Trabajé en paz durante tres años más, hasta que me fui, para ocupar un cargo mejor pagado con la Reserva Federal.
La Biblia dice: “No toquen a mis ungidos” (Sal. 105:15, NVI). Durante cualquier dificultad en la vida, Dios nos da su respaldo.  Sherilyn R. Flowers

Tomado de lecturas devocionales para Damas 2017
VIVIR EN SU AMOR    
Por: Carolyn Rathbun Sutton – Ardis Dick Stenbakken
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