jueves, 13 de junio de 2013

PASEO NOCTURNO

Lugar: Italia
Palabra de Dios: Filipenses 3:18-20

—Vayamos a dar un paseo por el canal —sugirió alguien, mientras salíamos del restaurante.
¿Por qué no? Estábamos en la ciudad de Venecia. La ciudad no tiene autos, sino solo botes y puentes, y teníamos un pase de 24 horas para los canales. Podíamos subirnos a cualquier bote que quisiéramos.
Mis amigos y yo nos subimos a un bote que estaba por zarpar. Nos sentamos en la cubierta exterior, en la parte de atrás del bote, y disfrutamos de la hermosa noche. El sol acababa de ponerse, y había una luna llena bellamente “colgada” en el cielo. Las luces comenzaron a encenderse en los edificios. Nos sentamos, charlamos y nos reímos. Una media hora más tarde, nos dimos cuenta de que todavía íbamos en la misma dirección. No habíamos dado la vuelta.
—¿Cuánto dura este paseo? —pregunté a uno de los tripulantes—. ¿Cuándo volvemos a la isla principal?
El hombre se rió y sacudió la cabeza.
—Este bote no vuelve esta noche. Nuestra próxima parada es la isla de Lido.
No podíamos hacer nada, fuera de reímos de nuestra necedad y esperar a llegar a Lido, una hora más tarde. Allí nos bajamos, esperando encontrar otro bote que nos llevara de regreso a la isla principal esa misma noche. Afortunadamente, había uno, pero nuestro paseo nocturno resultó ser mucho más largo de lo planificado.
Nuestro error fue subir a un bote sin saber adónde iba; no conocíamos su destino final. Y este puede ser un error peligroso, especialmente en nuestra vida espiritual. La Biblia dice: “Muchos se comportan como enemigos de la cruz de Cristo. Su destino es la destrucción, adoran al dios de sus propios deseos y se enorgullecen de lo que es su vergüenza. Sólo piensan en lo terrenal. En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo”.
¿Sabes adónde te diriges? ¿Es el cielo tu destino final?

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

UN BAÑO DE AMOR

Sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado. Romanos 5:3-5.

A lo largo de toda la cordillera de los Andes se encuentran fuentes de aguas termales, a las que se les atribuyen marcados poderes medicinales. Son muchas las personas que viajan largas distancias para disfrutar de ellas. Debido a sus componentes químicos están indicadas para aliviar enfermedades como la artritis, el reumatismo y otras dolencias de la piel. Un baño en aguas termales también puede ser un buen relajante para la gente nerviosa y estresada. Otros las disfrutan porque aseguran que les proveen un renovado vigor físico y mental.
Esto vino a mi memoria porque hace algunos días, mientras visitaba otra ciudad, encontré un letrero que me llamó la atención. Decía que se ofrecían «baños de amor»; algunos de los elementos usados para tal servicio eran pétalos de rosa, canela y esencias aromáticas que aseguraban atraer el amor.
Aunque los aceites y las esencias son placenteras al olfato y al tacto, no aportan absolutamente nada más. Un verdadero y único baño de amor es el que recibimos cuando hacemos nuestra la promesa del Señor: «Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor por nosotros, nos dio vida en Cristo, aun cuando estábamos muertos en pecados» (Efe. 2:4). «Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).
Recibir un baño del amor de Dios nos pone en condiciones de ofrecer y dar a los demás un amor incondicional; nos hacemos sensibles a sus necesidades y desarrollamos un espíritu de tolerancia y perdón.
Amiga, hoy, antes de iniciar tus actividades, toma un «baño del amor de Dios». Sumérgete en su gracia divina, empápate de sus promesas, limpia tu cuerpo y tu alma de todo mal pensamiento y entonces estarás en condiciones de decir con el apóstol Juan a todos los que te rodean: «Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amamos los unos a los otros. Nadie ha visto jamás a Dios, pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente» (1 Juan 4:11-12).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

NO DERRAMES EL AGUA DE LA VIDA

En el último día, el más solemne de la fiesta, Jesús se puso de pie y exclamo: “¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba!” (Juan 7:37).

A todos nos encantan las acciones heroicas y tenemos una especial admiración por la gente valiente. En la Biblia se mencionan los famosos “treinta valientes de David’ (2 Sam. 23:13-39; 1 Cron. 11:15-47). Si el jefe era valiente, sus afamados treinta soldados tenían que ser tan valientes como él. Aquellos treinta hombres eran esforzados más allá de los límites del valor humano. Se puede decir que no tenían rivales.
Quizá has escuchado la historia. Una vez, David estaba escondido con sus valientes en las montañas de Judá. Un día que estaba especialmente “melancólico”, dijo: “¡Ojalá pudiera yo beber agua del pozo que está a la entrada de Belén!” (2 Sam. 23:15). Deseo nostálgico. Tristeza natural por estar alejado de su tierra. Pero los deseos de su jefe eran órdenes para aquellos valientes. ¿Sabes lo que hicieron tres de los valientes?: “Irrumpieron por el campamento de los filisteos y sacaron agua del pozo de Belén […] y la trajeron a David”. Eso es valor. La guarnición filistea tenía varios centenares de soldados bien pertrechados y listos para combatir. Pero los tres jóvenes se abrieron paso a filo de espada hasta el pozo. Imagino que uno echo el balde al pozo, lo saco con una cuerda y lo vacío en el recipiente que habían traído con ese propósito; mientras los otros dos luchaban contra un enjambre de filisteos aterrorizados por su bravura.
Por fin llegaron hasta David con el preciado líquido, pero cuando le llevaron el agua, “no quiso bebería”. Me parece que hizo bien. “¡Eso sería como beberme la sangre de hombres que se han jugado la vida!” (2 Sam. 23:17). Cristo vino con peligro de su vida, con mas valor que los tres valientes, y saco agua del pozo de la vida, de su propia vida, su propia sangre, para darnos una nueva esperanza en este mundo. David no quiso beber el agua, que era la sangre de los “tres valientes”. Pero el agua de la vida que Cristo nos da está a nuestro alcance para renovar las energías. Es la única forma de obtener la vida eterna.
En nuestro texto de hoy, Jesús dice: “¡Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba!” No derrames el agua de la vida. ¡Pruébala! Llenará el vacío de tu corazón.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

LAS ORDENANZAS

Porque ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis. Juan 13:15.

Los símbolos de la casa del Señor son sencillos y fácilmente comprensibles, y las verdades representadas por ellos son del más profundo significado para nosotros. Al establecer el servicio sacramental para que tomara el lugar de la Pascua, Cristo dejó para su iglesia un monumento conmemorativo de su gran sacrificio por el hombre, "Haced esto —dijo él— en memoria de mí". Este era el punto de transición entre dos dispensaciones y sus dos grandes fiestas. La una había de concluir para siempre; la otra, que él acababa de establecer, había de tomar su lugar, y continuar durante todo el tiempo como el monumento conmemorativo de su muerte...
Con el resto de los discípulos, Judas participó del pan y del vino que simbolizaban el cuerpo y la sangre de Cristo. Esta era la última vez que Judas estaría presente con los doce; pero para que se cumpliera la Escritura, dejó la mesa de los sacramentos, el último don de Cristo a sus discípulos, para completar su obra de traición...
Los hijos de Dios han de mantener en mente que Dios se acerca sagradamente en cada ocasión como la del servicio del lavamiento de los pies...
El objeto de este servicio es traer a la mente la humildad de nuestro Señor y las lecciones que dio al lavar los pies de sus discípulos. En nosotros hay una disposición a estimarnos por encima de nuestros hermanos y hermanas, de obrar a favor propio, de servirnos a nosotros mismos, de buscar los lugares más elevados; y a menudo surgen cavilaciones malvadas y amargura de espíritu por causas puramente triviales. Esta ordenanza previa a la Cena del Señor debe aclarar estos malentendidos, sacarnos de nuestro egoísmo, bajarnos de nuestros zancos de exaltación propia a la humildad de espíritu que nos llevará a lavarnos los pies unos a otros...
La ordenanza del lavamiento de los pies ha sido encomendada especialmente por Cristo, y en estas ocasiones el Espíritu Santo está presente para testificar y colocar un sello sobre su ordenanza. Él está allí para convertir y ablandar el corazón. Une a los creyentes y los hace de un solo corazón. Los hace sentir que Cristo ciertamente está presente para echar fuera la basura que se ha acumulado y separa de Dios los corazones de sus hijos.— Review and Herald, 22 de junio de 1897; parcialmente en El evangelismo, p. 202.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White