miércoles, 5 de junio de 2013

CADENA DE CIEGOS

Lugar: China
Palabra de Dios: Salmo 66:16

– ¿Gracias, doctor! ¡Muchas gracias! -dijo el señor Chen* mientras miraba, asombrado, a su alrededor.

La operación había sido exitosa, y luego de un tiempo de espera el médico había quitado, con cuidado, las vendas de sus ojos. ¡Podía ver nuevamente! Una vez, había pensado que nunca más podría ver, pero el médico misionero lo había curado de su ceguera.

-Volveré -prometió el señor Chen.

Y así fue, unas pocas semanas más tarde estaba de vuelta. Pero, no había regresado solo.

-Doctor, traje a algunas personas conmigo -comentó-. Les dije lo que usted podía hacer por ellas.

El médico miró hacia afuera. Para su sorpresa, contó 48 personas ciegas allí, de pie, esperándolo. Se veían cansadas, como si hubiesen viajado desde lejos.

-¿Cómo logró traerlos? -preguntó el médico.

Puesto que esto ocurría en tiempos en que no había medios de transporte accesibles, el profesional sabía cuán difícil era viajar de un lugar a otro, aun sin ser ciego.

-No fue fácil -respondió el señor Chen-. Hemos caminado durante días. Ellos se tomaron de una cuerda, y yo los guié hasta aquí.

La cadena de personas ciegas había caminado cuatrocientos kilómetros, para consultar al doctor.

Por cuanto el señor Chen había vivido algo maravilloso en su vida, no pudo guardarse las buenas noticias solo para él. Cuando algo bueno nos ocurre a nosotros, ¿se lo contamos a otros? Por ejemplo, ¿ha hecho Jesús algo en tu vida? ¿Qué ha hecho por ti? No te guardes las buenas noticias solamente para ti. Actúa como el señor Chen, y compártelas con los que te rodean. Diles: “Vengan ustedes, temerosos de Dios, escuchen, que voy a contarles todo lo que él ha hecho por mí”.

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

¿SOMOS COMO LANGOSTAS?

Sácianos de amor por la mañana, y toda nuestra vida cantaremos de alegría. […] Que el favor del Señor nuestro Dios esté sobre nosotros. Salmo 90:14, 17.

Aunque todos los seres humanos somos hijos de Dios, muchos se consideran como seres insignificantes. Están convencidos de que no valen nada cuando se comparan a sí mismos con los demás, a quienes consideran superiores. Este fue el sentir de los espías de Israel que fueron a inspeccionar la tierra de Canaán antes de que el pueblo pudiera tomar posesión de ella. Se vieron a sí mismos como saltamontes y consideraron a los habitantes de aquel territorio como seres de proporciones gigantescas. Esa actitud los incapacito para la conquista, les resto poder y fueron derrotados antes de tiempo. Por ese motivo cayeron en el desánimo. “La tierra que hemos explorado se traga a sus habitantes, y los hombres que allí vimos son enormes. […] Comparados con ellos, parecíamos langostas, y así nos veían ellos a nosotros” (Num. 13:32-33).

Este tipo de actitud derrotista puede tener su origen en el concepto que tenemos de nuestra persona, y determinara en gran medida nuestra relación con Dios, con nosotras mismas y con los demás. Cuando nos sentimos inferiores por causa de nuestro origen también ponemos en duda el poder creador de Dios, y nuestra fe sufre las consecuencias. Negamos asimismo nuestras capacidades y nos convertimos en personas inseguras y llenas de temores. Por si esto fuera poco, tal complejidad mental hará que nos convirtamos en descalificadores de los demás, fruto de la envidia, y que no sepamos valorar los logros ajenos y aprender las lecciones necesarias del ejemplo de las personas con quienes nos relacionamos.

Esta es una realidad que ninguna de nosotras debería vivir. Es necesario reconocer que, a pesar de la impureza y de otros lastres que podamos haber ido recogiendo a lo largo del camino de la vida, somos hijas de Dios, y él tiene poder para limpiarnos. Una vez que hayamos realizado esto, se renovaran las expectativas que tenemos respecto a nosotras mismas; entonces podremos reconocer que hemos sido ricamente dotadas con dones, talentos y habilidades. Por supuesto, esa actitud nos permitirá establecer un ambiente social positivo en torno a nosotras, así como mejorar nuestras relaciones personales.

Amiga, esta mañana, antes de iniciar tus actividades, pide a Dios que te sacie con su amor para que puedas verte como lo que eres: una “princesa”, con todos los derechos que te concede el parentesco con el Rey de reyes y Señor de señores.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

HIJOS, NO IMPOSTORES

En el séptimo año, el sacerdote Joyadá mandó llamar a los capitanes, a los querreteos y a los guardias, para que se presentaran ante el en el templo del Señor. Allí en el templo hizo un pacto con ellos y les tomó juramento. Luego les mostro al hijo del rey (2 Reyes 11:4).

La historia del príncipe Joas es emocionante. Su tía le salvó la vida cuando tenía un año de edad y lo escondió en el templo del Señor durante seis años, en la cámara de dormir, sin salir ni un instante. Por supuesto, está también la cuestión de la identidad. Solo Josabet, su tía, y el sumo sacerdote Joyada, sabían que él era el hijo del rey. ¿Qué habría pasado si hubieran muerto de repente sin que nadie más supiera el secreto? Quizá lo mismo que le ocurrió a Anna Anderson. Miles de personas llegaron a creer que no era una simple empleada de una fábrica, sino que en realidad era la gran duquesa Anastasia Romanov, hija menor del último zar de Rusia.

Durante la revolución bolchevique, el zar Nicolás II y toda su familia fueron brutalmente asesinados, o eso era lo que se creía. Circularon rumores de que sus dos hijos menores, Anastasia y Alexei, quizá pudieron haber escapado. La pretensión de Anna Anderson de ser Anastasia provocó un circo mediático que duro muchos años y dio origen a libros y películas. La idea de que una campesina pudiera ser una princesa parecía un buen argumento para una novela. Así, aunque Anna tuvo su corte de adversarios, también contó con muchos partidarios, algunos de los cuales eran, incluso, parientes de Nicolás II. A pesar de que jamás pudo demostrar sus alegaciones ante un tribunal, Anna nunca negó su pretensión de ser la gran duquesa Anastasia. Descubrimientos recientes, sin embargo, han demostrado que Anna no era Anastasia.

Las pruebas de ADN no solo han puesto en duda su pretensión, sino que especialistas forenses rusos también han descubierto y verificado las tumbas y los restos del zar y de toda su familia. A pesar de sus reivindicaciones en sentido contrario, Anna no era ninguna princesa. Fue simplemente una campesina y una charlatana. La revista Time la incluye entre los diez impostores más grandes de la historia. Al final, su historia no fue más que un relato ficticio.

Gracias a Dios no ocurre lo mismo con nosotros. Nosotros somos hijos legítimos del Señor, como dice el apóstol Pablo: “Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús” (Gal. 3:26). Por lo mismo, somos príncipes y princesas. ¿Estás dispuesto a creer esta gran noticia y aplicarla hoy a tu vida?

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

PENSAMIENTOS DULCES

A Jehová cantaré en mi vida; a mi Dios cantaré salmos mientras viva. Dulce será mi meditación en él; yo me regocijaré en Jehová. Salmo 104:33, 34.

Si la mente es moldeada por los objetos con los cuales más se relaciona, entonces pensar en Jesús, hablar de él, lo capacitará para ser como él en espíritu y carácter. Reflejará su imagen en lo que es grande y puro y espiritual. Tendrá la mente de Cristo y él lo enviará al mundo como su representante espiritual...
El sol que brilla en el cielo envía sus brillantes rayos a todos los caminos y senderos de la vida. Tiene suficiente luz para miles de mundos como el nuestro. Y así sucede con el Sol de justicia; sus brillantes rayos de salud y alegría son más que suficientes para salvar a nuestro pequeño mundo que él creó...
Lo que santifica el alma es el crecimiento en el conocimiento del carácter de Cristo. Discernir y apreciar la maravillosa obra de la expiación transforma al que considera el plan de salvación. Al contemplar a Cristo, la persona se transforma a la misma imagen, de gloria en gloria, como por el Espíritu de Dios. La contemplación de Jesús llega a ser un proceso refinador y ennoblecedor para el cristiano mismo...
¿Qué clase de fe vence al mundo? Es la fe que hace de Cristo su Salvador personal, esa fe que, reconociendo su impotencia, su total incapacidad para salvarse a sí mismo, se aferra del Auxiliador que es poderoso para salvar como su única esperanza. Es una fe que no se desanima, que escucha la voz de Cristo que le dice: "Ten ánimo, yo he vencido al mundo, y mi divina fuerza es tuya". Es la fe que le oye decir: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mat. 28:20).
Cada alma debe darse cuenta de que Cristo es su Salvador personal; y en su vida cristiana se manifestarán el amor, el celo y la perseverancia.
Cristo nunca debiera estar alejado de nuestra mente... Es el disipador de todas nuestras dudas, la prenda de todas nuestras esperanzas. Cuan precioso es el pensamiento de que realmente podemos llegar a ser participantes de la naturaleza divina, con la que podemos vencer así como Jesús venció... Es la melodía de nuestros himnos, la sombra de una gran roca en el desierto. Es el agua viva para el alma sedienta. Es nuestro refugio en la tempestad. Es nuestra justicia, nuestra santificación, nuestra redención.— Review and Herald, 26 de agosto de 1890; parcialmente en Reflejemos a Jesús, pp. 13, 57, 296.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White