sábado, 16 de marzo de 2013

BOTAS VOLADORAS


Lugar: Malta
Palabra de Dios: 1 Pedro 3:9

Un grupo de soldados escoceses estaba estacionado en la isla de Malta. Mientras estaban allí, un soldado aceptó a Jesús como su Salvador. Estaba muy feliz con el cristianismo que acababa de conocer; aunque todo el resto de su regimiento lo hizo sufrir por esto. Uno de los sargentos era especialmente duro, y aprovechaba toda oportunidad posible para burlarse del pobre soldado.
Una noche, el sargento entró en la barraca y vio al soldado arrodillado al lado de su cama, orando.
-¡Qué tontería! -murmuró el sargento, mientras se quitaba las botas embarradas.
Tomando una de ellas, el sargento apuntó y se la arrojó al soldado. La bota le pegó en la cabeza. Los demás soldados se rieron por lo bajo. El sargento tomó la otra bota y la hizo volar hasta el otro lado de la barraca. La bota nuevamente pegó en el blanco, y cayó al lado del soldado. Este sencillamente siguió orando.
A la mañana siguiente, cuando el sargento se despertó, encontró sus botas alineadas prolijamente a los pies de su cama. Ya no estaban embarradas. En lugar de eso, estaban limpias y lustradas. Inmediatamente el sargento lamentó lo que había hecho, y quiso conocer más acerca de la nueva fe del soldado. Luego de pasar tiempo conversando con él y estudiando la Biblia, el sargento también aceptó a Jesús como su Salvador.
El soldado sabía que dos errores no se transforman en algo bueno. En lugar de responder negativamente a la agresión de las botas voladoras, encontró una manera de compartir el amor de Dios. Como resultado, el hombre más duro del regimiento se convirtió en un compañero cristiano. "No devuelvan mal por mal ni insulto por insulto; más bien, bendigan, porque para esto fueron llamados, para heredar una bendición".

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

ERES LA ESPOSA DE DIOS


¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de Dios! 1 Juan 3:1.

Seguramente ya habrás escuchado la hermosa historia de una dama que, gracias a su generosidad, bondad y amor manifestado hacia los niños indigentes de una comunidad proletaria, llegó a ser conocida como «la esposa de Dios». Por si no conoces el relato, te lo voy a contar.
Esta mujer vivía en una pequeña ciudad de Centroamérica. Gozaba de una buena posición económica, así que todos los de su clase social la criticaban, porque en lo que más se concentraba era en ayudar a la gente de escasos recursos. Cuando falleció, muchos lloraron su partida, pues sabían que se habla perdido un ser humano como pocos. Se difundió su sobrenombre en los periódicos de muchos países del mundo, que dieron a conocer la noticia de una pérdida tan lamentable.
Me gustaría que la gente, al verme, reconociera mi parentesco con el Señor. Tal vez no como su esposa, pero sí como su hija favorita, y esta es una verdad que se encuentra al pie del acta de nacimiento que Dios nos dio: «Tú eres mi hijo; hoy mismo te he engendrado» (Heb. 5:5). El mundo nos reconocerá como hijas de Dios si en nuestra vida mostramos las virtudes tísicas, mentales y espirituales con que él nos creó. Somos semejantes a él física, mental y espiritualmente gracias al lazo de consanguineidad que tenemos con Dios a través de la creación y de la cruz del Calvario.
La bondad, la generosidad, la misericordia y el perdón, son atributos de la personalidad de Dios que deben estar presentes en nosotras, sus hijas. Hacen que nos parezcamos a él, y también nos hacen ser cercanas a nuestro prójimo.
Las hijas de Dios extienden la mano al pobre (Isa. 58:7), sus corazones se mueven a la misericordia cuando ven al que sufre (Luc. 6:36), aman con amor incondicional (1 Juan 4:7-8), perdonan a sus ofensores (Col. 3:13), practican la hospitalidad (1 Ped. 4:9) y son serviciales (1 Ped. 4:10). Todas estas virtudes dan evidencias de quiénes somos, así como dieron evidencia de qué motivos actuaban en el corazón de la mujer del relato de hoy.
Actúa en este día de tal manera que las personas que aparezcan en tu camino puedan reconocerte como una hija amada de Dios, heredera de todas las virtudes de tu Padre celestial.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

NO HAY QUE ABRIR DEMASIADO LA BOCA


El hombre prudente no muestra lo que sabe, pero el corazón de los necios proclama su necedad (Proverbios 12:23).

Fue Juan Valera quien dijo: «La palabra es la primogénita del espíritu». O sea que la palabra es el producto más genuino del espíritu humano. En realidad, desde el punto de vista natural, somos humanos gracias al lenguaje. La capacidad de hablar es la evidencia más convincente de nuestra condición humana. Como dijo Aristóteles: «El hombre es un ser de palabra».
Por esta causa la literatura sapiencial pone tanto énfasis en la importancia de la palabra. Por ejemplo, Proverbios 25:11 dice: «Como manzanas de oro con figura de plata son las palabras dichas a tiempo». Es decir que la palabra vale mucho, es muy importante, por eso el sabio «refrena sus palabras» (Prov. 19:27). Si valen tanto, hay que usarlas con cuidado. No abramos demasiado la boca porque Jesús, el hijo de Dios y el más grande de los hombres, dijo: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mat. 12:34). Esto equivale a decir que si el sabio tiene el corazón lleno de sabiduría, cuando habla, expresa palabras sabias, prudentes, discretas, dignas de ser dichas, y por lo mismo, son «bendición para quienes escuchan» (Efe. 4:29).
En cambio al necio, que suele ser ignorante, no le conviene hablar, porque cada vez que abre la boca dice a todos que es necio y «escupe necedades» (Prov. 15:2).
Quizá pensando en eso, un sabio maestro dijo una vez: «El que abre demasiado la boca muestra su ignorancia». Como es natural, aunque sea necio e ignorante, cuando calla «pasa por sabio» y «prudente» (Prov. 17:28).
Estos principios nos indican que jamás daremos demasiada importancia a hablar con cuidado y escuchar con atención. Recuerda que el que habla se compromete; pero el que escucha aprende. Por eso el sabio prefiere escuchar antes que hablar. Si el que habla es necio, decide callar para no responder al necio «según su necedad» (Prov. 26:4). Y si el que habla es sabio, escucha con gusto porque aprenderás y serás más sabio.
En toda esta declaración divina de sabiduría queda establecido un principio: «El que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua» (Prov. 10:19). Decide  vivir la prudencia del silencio y la cultura de las palabras que son «como manzanas de oro» por lo que dicen y por quién las dice.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

DIOS NECESITA NUESTROS TALENTOS


Vosotros sois labranza de Dios. 1 Corintios 3:9.

Nuestra deuda con Dios y nuestra dependencia total de él debiera llevarnos a reconocerlo como el Dador de todas nuestras bendiciones, y reconocemos tal cosa por medio de nuestras ofrendas. De la abundancia que nos otorga, él requiere que le devolvamos una porción. Al darle al Señor lo suyo, declaramos al mundo que todas nuestras mercedes provienen de él, que todo lo que poseemos le pertenece...
Cuando los judíos tenían sus servicios de acción de gracias después de la recolección del tesoro de la naturaleza, ofrecían sacrificios a Dios. Para nosotros podría resultar extraño que las ofrendas en forma de sacrificios formaran una parte tan importante del regocijo de la comunidad; y en apariencia, era una extraña combinación mezclar el sacrificio de bestias con las expresiones de gozo. Pero esto se basaba en el fundamento verdadero, porque Cristo mismo era el tema de estos servicios ceremoniales. Cuando se derramaba sangre y se hacían ofrendas a Dios en estas reuniones festivas, el pueblo no solo le agradecía a él por sus misericordias presentes, sino que le estaba agradeciendo por la promesa de un Salvador, y así expresaba la verdad de que no puede haber perdón de pecados sin el derramamiento de la sangre del Hijo de Dios...
El Señor ha entregado talentos a hombres y mujeres para que sean más aptos para honrarlo y glorificarlo a él. A algunos les ha confiado medios; a otros ciertas cualidades especiales para el servicio; a otros, tacto e influencia. Algunos tienen cinco talentos, otros dos, y otros uno. Desde el más alto hasta el más bajo, a cada uno se le ha confiado algún don. Estos talentos no nos pertenecen. Le pertenecen a Dios. El nos los ha dado para que los usemos concienzudamente, y un día nos pedirá cuenta de ellos.
La gran lección que hemos de aprender diariamente es que somos mayordomos de los dones de Dios: mayordomos de dinero, de razonamiento, intelecto e influencia. Como mayordomos de los dones del Señor, hemos de invertir estos talentos, por pequeños que sean...
Por pequeño que parezca su talento, utilícelo en el servicio de Dios, porque él lo necesita. Si se lo usa sabiamente, usted puede traer a Dios a un alma que también dedicará sus facultades al servicio del Maestro. Esa alma puede ganar a otras, y así un talento, usado fielmente, puede ganar muchos talentos.— Review and Herald, 24 de noviembre de 1896.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White