miércoles, 16 de enero de 2013

CERDO PARA LA VENTA

Lugar: China
Palabra de Dios: Lucas 21:3,4.

Aunque era la persona más pobre de la iglesia de Tungliao, el señor Liu* quería brindar una ofrenda para Dios. "¿Qué puedo hacer?" se preguntaba. Después de todo, los pocos cerdos que criaba cada año eran suficientes apenas para sostener a su familia.
Luego de pensarlo durante algunos días, el señor Liu decidió vender uno de sus cerdos, con el propósito de conseguir dinero para darlo a Dios.  En lugar de vender cualquier cerdo, sin embargo, vendió el más valioso, y consiguió 13,35 pesos por la venta. Pero, el señor Liu no estaba completamente satisfecho. "Quiero darle a Dios un número redondo", pensó. Así que, tomó dinero de sus finanzas personales, y redondeó su ofrenda en catorce pesos.
¿Te parece que Dios habrá apreciado el regalo de Liu? Quizá la siguiente historia bíblica pueda darte una pista.
Un día, Jesús estaba sentado en el Templo, con sus discípulos. Observaban cómo la gente ofrecía, con orgullo, grandes cantidades de dinero para Dios.
Debió haber sido difícil para la pobre viuda dejar sus dos pequeñas, moneditas de cobre junto con el resto de las ofrendas; pero lo hizo, de todas maneras. Cuando Jesús observó su regalo, no se rió de ella ni le dijo que Dios no necesitaba de sus monedas.
En lugar de ello, dijo: "-Les aseguro -les dijo- que esta viuda pobre ha echado más que todos los demás. Todos ellos dieron sus ofrendas de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía para su sustento".
¿Te gusta ofrendar a Dios? ¿Estás dispuesto a ofrecer a él lo mejor? Recuerda: Dios aprecia tus regalos, no importa cuán grandes o pequeños sean.

Tomado de Devocionales para menores
En algún lugar del mundo
Por Helen Lee Robinson

PAZ EN LA TORMENTA

Sométete a Dios; ponte en paz con él, y volverá a ti la prosperidad. Job 22:21

Uno de mis himnos favoritos dice en una de sus estrofas: «Dios te puede dar paz en medio de la tormenta». Esta frase hace referencia a la tranquilidad que Dios te ofrece si confías en él cuando atraviesas pruebas y dificultades. Sin embargo, a veces me resulta difícil hacer de esta promesa una realidad en mí.
Cuando las tormentas propias de la vida en este planeta de pecado nos circundan, y tratamos de poner a flote nuestra barca, casi siempre lo hacemos con nuestros recursos personales. Creo que esta tendencia humana también se manifestó en los discípulos, quienes en la tormenta en medio del lago olvidaron que Jesús estaba con ellos. Si lo hubieran recordado a tiempo, ¡cuánta ansiedad y miedo se hubieran evitado! Finalmente, en una especie de reclamo, le dijeron a Jesús: «¡Maestro!, ¿no te importa que nos ahoguemos?» (Mar. 4:38).
Por supuesto que a Dios le importaba lo que sucediera con los discípulos, pero lo que ellos no tenían era suficiente fe, y eso les impedía gozar de la presencia del Señor y por consiguiente tener paz. Desgraciadamente, esta parece ser la forma frecuente de reaccionar de los seres humanos. En medio de las vicisitudes, agotamos todos nuestros recursos emocionales, espirituales y físicos. Es cuando estamos a punto de sucumbir cuando recordamos que Dios está ahí, en nuestra barca, dispuesto a acompañarnos durante la tormenta, y también a disiparla cuando sea el mejor momento.
¿Por qué navegar solas? ¿Por qué hacer del temor y el miedo las emociones dominantes en medio de las tempestades? ¿Por qué no recordar que la paz de Dios puede ser una vivencia real, especialmente cuando nos encontramos en dificultades?
La autosuficiencia, que es un rasgo de carácter de todos los seres humanos resultado de la separación de Dios, es la causante de que vivamos en temor y soledad. Creer que tenemos poder en nosotros mismos y no reconocer que toda la fuerza viene de Dios, son dos elementos generadores de soberbia y orgullo que nos impelen a caminar solos.
Experimentar la paz de Dios es un anhelo que debemos hacer crecer en nuestro corazón, y podrá ser realidad únicamente si dejamos que él tome el timón de nuestra barca, teniendo la seguridad de que nos conducirá a puerto seguro.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

LOS PECADORES NO TIENEN ESCAPATORIA

Si se niegan, estarán pecando contra el Señor. Y pueden estar seguros de que no escaparán de su pecado (Números 32:23).

No se puede pecar impunemente. Esta es una de las sentencias más categóricas de la Biblia. Como dice el sabio Salomón: «El que es perseguido por homicidio será un fugitivo hasta la muerte» (Prov. 28:17). La justicia humana y la divina son implacables. Cuando los nativos de Malta vieron que una serpiente se prendió de la mano del apóstol Pablo, en tiempo de frío, cuando ya están aletargadas, dijeron: «Sin duda este hombre es un asesino, pues aunque se salvó del mar, la justicia divina no va a consentir que siga con vida» (Hech. 28:4).
Si la justicia humana no atrapa pronto a los asesinos, la justicia divina los alcanzará más tarde. La historia de Henry Ziegland nos enseña esto. En el año 1883, Henry terminó su relación con su novia quien, completamente desilusionada, se suicidó. El enfurecido hermano de la chica persiguió a Ziegland y le disparó con un revólver. Creyendo que lo había matado, el hombre se quitó la vida. Sin embargo, Ziegland no había muerto en el atentado. La bala solamente le había arañado el rostro y terminó incrustada en un árbol. Años más tarde, Henry Ziegland decidió cortar el mismo árbol, que aún tenía la bala en su interior. Para hacerlo se valió de varios cartuchos de dinamita. La explosión extrajo la bala de la corteza de modo que salió proyectada en dirección a Ziegland para incrustársele en la cabeza y ocasionarle la muerte.
El ejemplo es pertinente. Pero la justicia divina no actúa al azar. Atemperada por el amor, se posterga hasta el límite de todas las posibilidades para que el culpable se arrepienta, pero tarde o temprano se ejecutará. Por desgracia, como dice el sabio Salomón: «Cuando no se ejecuta rápidamente la sentencia de un delito, el corazón del pueblo se llena de razones para hacer lo malo» (Ecl. 8:11). A veces es fácil tomarse la justicia por la propia mano y actuar en contra de otros. Pero hacerlo es muy arriesgado. Nuestro juicio es poco fiable, tendencioso y parcial.
Procura conducirte con justicia. Por supuesto, la justicia humana es importante, pero la divina lo es mucho más. Por tanto, procura poner tu vida en armonía con la justicia de Dios. Recuerda que su santa ley es el código de justicia celestial. Sé fiel y obediente, «pues Dios juzgará toda obra, buena o mala, aun la realizada en secreto» (Ecl. 12:14).

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

EL PODER DE LA ORACIÓN

Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. Isaías 26:3.

La oración al Gran Médico por la salud del alma trae la bendición de Dios. La oración nos une los unos a los otros y a Dios. La oración trae a Jesús a nuestro lado, y da fuerzas nuevas y gracia fresca al alma vacilante y a punto de perecer. Por medio de la oración los enfermos han sido animados a creer que Dios los mirará con compasión. Un rayo de luz penetra en el alma desesperada y se convierte en un sabor de vida para vida. Por la oración se "conquistaron reinos, hicieron justicia, alcanzaron promesas, taparon bocas de leones, apagaron fuegos impetuosos... se hicieron fuertes en batallas, pusieron en fuga ejércitos extranjeros" (Heb. 11:33, 34). Sabremos lo que esto significa cuando escuchemos los informes de los mártires de la fe.
Escucharemos sobre estas victorias cuando el Capitán de nuestra salvación, el Rey glorioso del cielo, abra el registro ante aquellos de los cuales escribió Juan: "Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero" (Apoc. 7:14)...
Cristo nuestro Salvador fue tentado en todo como nosotros, pero sin pecado. Tomó la naturaleza humana, fue hecho en forma de hombre, y sus necesidades fueron las necesidades de la humanidad...
La oración precedió todo acto de su ministerio y lo santificó. Tuvo comunión con su Padre hasta el final de su vida; y cuando pendía sobre la cruz, de sus labios brotó el amargo clamor: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" Luego, en una voz que ha alcanzado los mismos confines de la tierra, exclamó: "Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu"... Los momentos nocturnos de oración que pasaba el Salvador en la montaña o en el desierto eran esenciales para prepararlo para las pruebas que debía enfrentar en los días siguientes...
Todas las cosas son posibles para quienes creen. Nadie que venga al Señor con sinceridad de corazón será chasqueado. ¡Cuán maravilloso es que podamos orar eficazmente, que seres mortales indignos y falibles posean el poder de ofrecer sus pedidos a Dios!... Pronunciamos palabras que alcanzan el trono del Monarca del universo.— Review and Herald, 30 de octubre de 1900.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White