sábado, 29 de diciembre de 2012

NACIDO DOS VECES


«El quinto, sardónice; el sexto, sardio; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el noveno, topacio; el décimo, crisoprasa; el undécimo, jacinto; y el duodécimo, amatista» (Apocalipsis 21:20, BLA).

Bueno, hasta aquí llegamos. Este es el último día que vamos a pasar en los alrededores de los muros de la ciudad. Los últimos dos días de este año vamos a estar dentro de la ciudad.
La piedra preciosa número doce de los muros de la ciudad es la amatista. Yo tengo una pequeña amatista en mi colección de piedras. Aparte de su hermosa coloración púrpura, la amatista es mi piedra natal. ¿Sabías que tú tienes una piedra natal? Pregúntale a alguien cuál es tu piedra natal. Cada mes del año tiene una.
Es muy divertido celebrar los cumpleaños y coleccionar piedras, pero el día en que naciste no es la fecha más importante de tu vida. La fecha más importante de tu vida fue el día en que naciste de nuevo. Nacer de nuevo significa aceptar a Jesús como e guía de tu vida. Significa aceptar que él murió en la cruz por tus pecados. Significa que le crees cuando te dice que tienes la vida eterna. Es divertido tener una piedra natal para celebrar tu cumpleaños, pero es mucho mejor tener la cruz de Jesús que representa tu nuevo nacimiento.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

SEÑOR, ¿QUÉ DIRÉ?


Ahora pues, ve, y yo estaré con tu boca, y te enseñaré lo que hayas de hablar. (Éxodo 4:12).

Trabajaba como maestra en una escuela adventista de Caracas y sentía la curiosidad de experimentar con otro nivel de enseñanza, por lo que envié mi curriculum a la universidad donde estudiaba mi hija. Me sorprendí cuando al día siguiente me llamaron, no para hacerme una entrevista, sino para que comenzara a trabajar de inmediato. Sentí algo de temor, pero recordé que Dios estaba conmigo.
Le pedí a Dios sabiduría y que me ayudara en esa nueva y desafiante responsabilidad, pero sobre todo que me permitiera testificar de él. A finalizar mis clases concluía con una breve e inspiradora reflexión, por lo que los alumnos se marchaban reconfortados y agradecidos.
Luego me asignaron otra materia más comprometedora, pues era una de índole religiosa. De antemano dije que yo era adventista y que no iba a enseñar algo que fuera contrario a mis principios, y me respondieron que yo era quien seleccionaba los temas así como la forma de presentarlos. Al revisar el programa de la asignatura encontré que los temas cubrían aspectos que nosotros dominamos adecuadamente. Bueno, mis clases dieron de qué hablar, porque utilicé nada más y nada menos que el curso La fe de Jesús, que tengo en forma de presentaciones audiovisuales. Además utilicé dinámicas grupales, analizamos textos de la Biblia, les pedía que leyeran porciones de la misma, por lo que los alumnos se sintieron satisfechos y entusiasmados.
Cuando terminó el trimestre pensé que quizá no me llamarían más. Sin embargo, para mi sorpresa me ofrecieron enseñar cuatro materias, a la vez que me felicitaron por mi trabajo. Al principio no sabía cómo hacerlo, pero me aferré de Dios y confié en una de sus promesas: «Ahora pues, ve, que yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de hablar» (Éxo. 4:12).
¡Alabado sea Dios! No me falló. Hermana mía, pídele a Dios que te dé la oportunidad de hablarle a alguien, de testificar por él, para que quienes te rodean conozcan a nuestro maravilloso Dios.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Ana de Jesús Da Rocha

LA TECLA DE «BORRAR»


Piensen en las cosas del cielo, no en las de la tierra. Colosenses 3:2

En su artículo «El teatro de la mente», Randy Fishell cuenta la historia de un lorito que tenía la habilidad de repetir las vulgaridades que escuchaba. Cierto día, después de repetir una de esas palabrotas, la dueña del loro lo quiso escarmentar: 
—¡Mira, loro vulgar, te voy a encerrar en el congelador para que aprendas a no decir malas palabras!
Acto seguido, lo agarró por el cuello y lo lanzó dentro del congelador. Cuando la mujer consideró que ya había pasado suficiente tiempo, lo sacó.
—Muy bien, lorito —dijo la señora—. ¿Has aprendido que no debes decir malas palabras?
—Sí, señora —dijo el lorito, temblando del frío—. No diré más malas palabras. 
Pero, por pura curiosidad, ¿qué dijo el pollo que está allá adentro para que lo dejaran tanto tiempo? (Adventist Review [Revista adventista], 15 de agosto de 2002, pp.  25-27).
Al parecer, el lorito no había aprendido del todo la lección. Pero su habilidad para recordar justamente lo malo que escuchaba ilustra bien lo que muchas veces nos sucede a todos. Oímos una historia de esas «de tono subido» y la recordamos sin ningún esfuerzo. Vemos en televisión una imagen censurable y ahí está todavía en nuestro cerebro, como esas manchas rebeldes que tanto cuesta sacar de la ropa. Esta realidad la expresó muy bien el escritor inglés Thomas Fuller cuando dijo: «Hace casi cincuenta años escuché un chiste vulgar y todavía lo recuerdo; en cambio, he olvidado tantos pensamientos nobles, que escuché hace menos tiempo». ¿Cómo evitar esas manchas rebeldes? Al vigilar bien «las avenidas del alma»; es decir, los sentidos, para que nada sucio o inmoral entre a nuestra mente. Porque una vez que lo sucio entra, ¡cuánto cuesta sacarlo! ¡Qué bueno sería tener la capacidad de eliminarlos como lo hacemos en la computadora: con solo pulsar la tecla de «borrar» (delete, en inglés)! Pero sabemos que no funciona así. El asunto es mucho más complicado.
¿Conclusión? Evitemos lo malo desde el primer momento. Y como dice nuestro texto de hoy, aprendamos a amar las cosas buenas, las celestiales. Solo así las terrenales perderán su poder de atracción sobre nosotros.

Santo Espíritu mora en mí.  Solo así podré desarrollar el gusto por las cosas celestiales.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

ALGUIEN ESTÁ A LA PUERTA


«Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo» (Apocalipsis 3: 20).

Cuando tiene vacaciones en la universidad y está en casa, Kristie, una de nuestras nietas, trabaja a tiempo parcial en una tienda de alimentos naturales. El otro día, cuando Betty y yo fuimos a su tienda para comprar algunas cosas, me di cuenta de que, cuando nos acercamos a la puerta, se abrió automáticamente. Esto no es nada sorprendente, porque en casi todas las tiendas a las que vamos a comprar hay puertas automáticas, si no para entrar, al menos para salir. Las puertas automáticas, las escaleras mecánicas, los ascensores y los automóviles son tecnología que elimina cualquier oportunidad de hacer ejercicio. Pero esa es otra historia. Ahora solo hablamos de puertas automáticas.
Una cosa es segura: En casa no hay puertas automáticas. Nuestra puerta está siempre cerrada, día y noche. Pero tenemos timbre. Quien venga a vernos tiene que golpear la puerta o hacer sonar el timbre. Si no esperamos visitas, miramos por el cristal de la puerta para ver quién es. A veces, abro la puerta pero, si no veo quién es, no la abro del todo. Hay ocasiones en que uno de nuestros hijos dice: «Soy yo» y abrimos la puerta de par en par.
Jesús dice que está a la puerta y llama. Por supuesto, se refiere a la puerta de nuestra vida. Si vemos que es él y le abrimos el corazón, entrará como nuestro invitado.
Cuando Jesús viene a nuestra casa no hay una puerta automática que se abre. Entregar la vida a Jesús no es cosa que se haga de forma automática. Algunas puertas se abren tecleando un código o pasando una tarjeta. Pero Jesús no marca un código ni usa una tarjeta. Solo entrará si nosotros mismos le abrimos la puerta y lo invitamos.
Hay quien hace como si no estuviera en casa cuando quien llama es alguien que no le cae simpático. Con Jesús eso no funciona. Él sabe que estamos y llama.
Jesús, oigo que llamas. Gracias por tener tanta paciencia. Entra, eres bienvenido. Basado en Apocalipsis 3:20.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill