viernes, 14 de diciembre de 2012

MIRA CÓMO CRECEN LAS BENDICIONES


«Estos individuos son un peligro oculto: sin ningún respeto convierten en parrandas las fiestas de amor fraternal que ustedes celebran. Buscan solo su propio provecho. Son nubes sin agua, llevadas por el viento. Son árboles que no dan fruto cuando debieran darlo; están doblemente muertos, arrancados de raíz» (Judas 12, NVI).

Hoy continuamos nuestra aventura en el cortísimo libro de judas, el penúltimo de la Biblia, judas nos cuenta una historia triste en el versículo de hoy. Habla de una iglesia cuyos miembros eran «nubes sin agua».
Cuando los granjeros siembran las semillas esperan que nubes llenas de lluvia vengan y rieguen sus plantaciones. Ellos no se sienten muy felices cuando en el cielo solo hay «nubes sin agua».
Pero, ¿qué quiso decir Judas con eso de que había personas que eran como nubes sin agua? Quería decir que hay personas que solo se preocupan por ellas mismas. A ellas no les importa ayudar a los demás o servirles de alguna manera. Es triste que algo así llegue a ocurrir en nuestras iglesias, ¿no crees?
Dios quiere que seamos nubes llenas de bendiciones para los demás. No te preocupes por aquellos que solo buscan su propio provecho. Preocúpate por aquellos a quienes puedas bendecir con una sonrisa, una mano ayudadora o una palabra de apoyo. Sé una nube llena de agua y mira cómo crecen las bendiciones.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

PLENA CONFIANZA


El les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. (Lucas 18:27)

Aquella mañana, después del desayuno y el culto familiar, nos fuimos a diferentes habitaciones. De repente escuché la voz angustiada de mi esposo que me llamaba. Entendí que sucedía algo grave, así que corrí hacia donde él estaba. Lo encontré sosteniendo en sus brazos a nuestro hijo, que estaba sufriendo convulsiones.  Me explicó que su cuerpecito había empezado a sacudirse de repente.
Nos apresuramos a trasladarlo a la clínica más cercana. Los ocho minutos que tardamos en llegar nos parecieron horas. Yo clamaba en voz alta y entre sollozos: «Jesús, ayuda a mi hijo». Llorábamos los dos, pues no entendíamos por qué a un niño en apariencia sano, le estaba sucediendo aquello. Me pasaron muchas cosas por la mente y hasta imaginé lo peor; pero en mi angustia le pedí a Dios que tomara el control de todo.
En la clínica lograron controlar las convulsiones. Luego nos trasladamos a un hospital con mejores recursos, donde hospitalizaron al niño. Los estudios revelaron un problema de conducción eléctrica en su cerebro. Algunos médicos menos optimistas nos dijeron que ese mal sería permanente y que deberíamos mantener a nuestro hijo siempre estrechamente vigilado. Creímos en aquel momento que el niño no podría llevar una vida normal, por lo que lloramos mucho.
Sin embargo, después de la crisis, el Señor nos envió a un «ángel» para darnos esperanzas. El especialista que lo atendió nos exhortó a que confiáramos en Dios y que él iba a recetarle los mejores medicamentos disponibles. Durante casi tres años nuestro hijo siguió aquel tratamiento. Todo ese tiempo estuvimos orando por su salud y el Señor escuchó nuestras oraciones. Lo alabo porque hoy nuestro hijo es ya un hombre y jamás ha vuelto a sufrir convulsiones.
Lo que parecía imposible, Dios lo hizo posible. No debemos sorprendernos por esto. Más bien debemos vivir confiando en que el poder de Dios es infinito.
Si hay algún problema que te agobia, que no te deja avanzar, mantén una actitud serena y de confianza absoluta. ¿Es fácil? Claro que no, pero es tu único camino, no existe otro.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Zoila Alvarado de Atalido.

LA «LISTA DE FAVORITOS» DE DIOS


En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados. 1 Juan 4:10, NVI

No hace mucho leí el relato de una ancianita a quien en su iglesia todos querían mucho. Como siempre la veían sola, los miembros de la congregación pensaban que no tenía parientes. Por eso, cuando la viejecita murió, la gente se sorprendió al ver la cantidad de familiares que asistieron a su funeral. Entre esos parientes estaban sus nietos, a quienes se les permitió expresar qué les había gustado más de su abuela. Entonces ocurrió algo muy curioso: la ancianita había amado tanto a sus nietos que cada uno de ellos pensaba que había sido el favorito de ella (Vida Adventista, Semana de Oración 2010, p. 27).
Cuando leí ese relato no pude evitar pensar en la gente que se relacionó con Cristo mientras el Salvador caminó en esta tierra: Los leprosos, las prostitutas, los cobradores de impuestos, los endemoniados... Jesús los trató tan bien a todos que no me sorprendería saber que cada uno creía ser el favorito del Señor.
Y no es muy diferente hoy. Cuando pienso en el amor de Dios por mí, tan profundo y a la vez tan personal, me siento tentado a pensar que soy su favorito. Pero sé que no es así, porque tú también eres el favorito, o la favorita, de Dios. Él conoce todo sobre ti: tu nombre, los anhelos más profundos de tu corazón, tus sueños, tus necesidades. Él sabe qué problema tienes ahora mismo; conoce tus temores y tus dudas. Es una realidad que expresa de manera excepcional el siguiente pensamiento: «Cada alma es tan plenamente conocida por Jesús como si fuera la única por la cual el Salvador murió. Las penas de cada uno conmueven su corazón» (El Deseado de todas las gentes, p. 454).
¡Qué pensamiento tan solemne! Por ti, solo por ti, el Salvador habría venido a este mundo a sufrir todo cuanto sufrió, y finalmente morir en la cruz del Calvario.
No sé cómo están las cosas en tu vida ahora mismo, pero de algo estoy seguro: en «la lista de favoritos» de Dios está tu nombre. ¡Qué privilegio tan especial! ¡Qué dicha tan grande!
Gracias, señor, porque mi nombre está en el libro de la vida del Cordero. De verdad, gracias.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

OBEDIENCIA EN LAS COSAS PEQUEÑAS


«El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel; y el que en lo muy poco es injusto, también en lo más es injusto» (Lucas 16:10).

Un hombre rico pidió a sus hijos que construyeran una casa en el campo con un gallinero. El padre dijo a los jóvenes que quería que siguieran sus instrucciones al pie de la letra y que no hicieran excepciones. Les dijo que, si seguían sus instrucciones, les regalaría la propiedad. Luego se fue de viaje.
Los jóvenes pusieron manos a la obra. Buscaron un arquitecto, establecieron las condiciones y, pronto, el proyecto de construcción marchaba viento en popa. Todo iba a pedir de boca y apenas había problemas. Por último, la casa estaba casi terminada y empezaron a construir el gallinero.
Sin embargo, aquel gallinero era un problema. Su construcción no presentaba dificultad alguna pero... ¿dónde lo ponían? El padre había dejado dicho que lo quería en un lugar preciso, pero cuando los jóvenes discutieron la ubicación, pensaron que el lugar escogido no era el más adecuado porque estaba a pleno sol, sobre todo cuando el sol está en su cenit. De modo que acordaron su construcción en otro lugar. Poco después de que el proyecto se terminara, el padre volvió a casa. Estaba ansioso por ver la finca y los jóvenes por mostrársela.
Después de inspeccionar la mansión, vieron que los miraba con expresión interrogante. Finalmente, dijo:
—Muchachos, ¿dónde está el gallinero? Se suponía que iba a estar allí...
—Ah, no te preocupes, papá —dijo uno de ellos—. Está al otro lado de ese bosquecillo.
El padre respondió:
—Pero yo les dije que lo quería aquí. Cuando me fui les pedí que siguieran mis instrucciones al pie de la letra. No hicieron lo que les pedí.
—Pero, padre, nosotros hemos obedecido. Hicimos todo lo que nos dijiste que hiciéramos... excepto el gallinero, claro.
—No —dijo el padre—, no hicieron lo que les pedí. Hicieron lo que quisieron. Solo me obedecieron en lo que estaban de acuerdo conmigo; pero cuando no creyeron que yo tenía razón, hicieron lo que les apeteció.
Jesús dijo; «Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando» (Juan 15:14). Basado en Juan 15:14.

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill