miércoles, 24 de octubre de 2012

FRESCOS PARA SIEMPRE


«Ustedes no me escogieron a mí, sino que yo los he escogido a ustedes y les he encargado que vayan y den mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre» (Juan 15:16).

Hoy hemos tenido que agachar la cabeza para entrar a través de una puerta rechinante a una habitación oscura con un dulce aroma. Es un sótano. Nuestros ojos han adaptado lentamente a la oscuridad, y en unos instantes notaremos que hay manzanas portadas partes. El señor Mermelada nos ha llevado a su almacén de frutas. Nos dice que él puede mantener las frutas frescas en ese lugar durante mucho tiempo. Seguidamente toma una manzana y anuncia que lleva allí más de un año. ¡Se ve deliciosa! Él nos dice que gracias a la oscuridad y la temperatura fría su sabor se ha mantenido como si estuviese recién cortada, a pesar de que ha pasado más de un año.
El versículo de hoy también habla de frutos duraderos. El fruto del que habla es la nueva vida y el nuevo corazón que Dios nos da cuando lo aceptamos como nuestro Salvador.  El versículo nos dice algo más que es maravilloso: Jesús mismo nos ha escogido. ¿No te hace sentir especial? Jesús nos ama muchísimo. Él nos escogió personalmente y hará de nosotros seres bondadosos con frutos que permanezcan para siempre.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UN REGALO DE DIOS


Aún estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).  (Efesios 2:5).

Has puesto a pensar en lo breve que es la vida y en lo rápido que pasa el tiempo? ¿Cuántos años pasaron antes de que nacieras tú? En otras palabras, somos un breve instante en el devenir del universo. Es decir, la vida es demasiado breve para que intentemos complicarla mediante nuestras acciones erróneas. Nadie dijo que íbamos a vivir sin problemas; tampoco que naceríamos para nunca sufrir. Problemas siempre se presentarán y razones para ser felices estoy segura de que hay muchas. Sin embargo, la gente encuentra a diario más motivos para apartarse de la felicidad.
En muchos seminarios sobre liderazgo se les pregunta a los participantes: «¿Para qué naciste?» «¿Cuál crees es el propósito de tu vida?» La gran mayoría contestan: «Yo nací para ser feliz». Y cuando se les pregunta si verdaderamente lo son, muchos contestan: «¡Bueno, eso intento!». Como que parece muy complicado ser feliz.
Una vez escuché a alguien decir: «Algún día voy a ser feliz». Sin embargo, la pregunta clave es: «¿Cuándo?». ¿Cuándo decidiremos ser felices? Algunos dirán que después de que concluyan su carrera y encuentren un buen empleo; o quizá cuando compren ese automóvil con el que siempre han soñado; «cuando obtenga un ascenso; cuando tenga pareja; cuando me case». Y así se les pasa la vida.
Mi querida hermana, la felicidad es un trayecto, no un destino. Tampoco es una sensación repentina; más bien es una actitud, un estilo de vida. Cuando sientas que la vida no ha sido justa contigo, compárate con el de más abajo, no con el de arriba. Compárate con el que nada tiene y comprobarás que la vida te ha dado mucho. Debemos confiar más en Dios y dejar nuestros problemas en sus manos; él los solucionará de la mejor manera. Cuando tengamos suficiente fe en Dios no tendremos de qué preocuparnos. Aprender de lo bueno y de lo malo nos hará cada vez más fuertes.
Señor, ayúdame a reconocer lo maravilloso que es confiar en ti ¡para ser del todo felices!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Karla Katherine Quintero Orocú

LA VERDADERA GRANDEZA


Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos. Mateo 28:19

Era talentoso, orgulloso y ambicioso. Por el hecho de ser el número uno de su clase, Adoniram llegó a tener la más elevada opinión de sí mismo. Por eso, cuando su padre, que era ministro religioso, le mencionó la idea de llegar a ser pastor de iglesia, la rechazó de inmediato. Su lugar, pensaba él, estaba entre los grandes.
Estamos hablando de los comienzos del siglo XIX, un tiempo en el que las consignas de la Revolución Francesa y las ideas de renombrados filósofos ateos se habían extendido por todo el mundo. Entre los estudiantes que abrazaron estas ideas se encontraba Adoniram, en gran parte como producto de su estrecha amistad con un joven muy brillante pero incrédulo llamado Jacob, quien también estudiaba en el Colegio Providence, de Rhode Island, Estados Unidos.
Cuenta Samuel Fisk que, después de concluir sus estudios superiores, el joven Adoniram se aventuró a viajar de un lugar a otro. Una noche se hospedó en una pequeña posada. Al hacer los arreglos, el dueño del lugar le advirtió que dormiría en un cuarto adyacente al de un joven moribundo.
—El doctor ha dicho que este joven probablemente morirá durante la noche 
—le advirtió el posadero.
—No tengo problemas —respondió Adoniram. 
A la mañana siguiente, Adoniram preguntó por el joven. 
—¿Qué pasó con el enfermo? 
—Murió —replicó el posadero.
 —¿Quién era él?  —inquirió Adoniram. 
—Un joven del Colegio Providence.
—¿Del Colegio Providence? ¡Ahí estudié yo! ¿Sabe el nombre del joven? 
—Un tal Jacob Eames.
Adoniram no podía creerlo. ¡Su mejor amigo! El mismo que lo había inducido a renunciar a sus ideas cristianas. El impacto de lo sucedido fue tan grande que Adoniram decidió regresar a su hogar. Se inscribió en el Seminario Teológico de Andover. Fue allí donde aceptó a Cristo como su Salvador (Samuel Fisk, More Fascinating Conversión Stories [Más relatos fascinantes de conversiones], p. 65).
Cierto día, mientras Adoniram caminaba por un bosque, a su mente vinieron las palabras de Cristo: «Vayan a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos». En ese mismo momento, Adoniram Judson decidió dedicar su vida a Cristo como misionero.  Durante 37 años predicó el amor de Cristo en Birmania.  Allí tradujo la Biblia al idioma local y, curiosamente, concretó sus sueños de grandeza… ¡La grandeza del servicio!

Gracias, Señor, por los talentos que me has dado. Quiero usarlos hoy en tu servicio.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

ALEGRÍA EN LUGAR DE TRISTEZA


«También vosotros ahora tenéis tristeza, pero os volveré a ver y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo» (Juan 16:22).

Algunas personas saben atrapar monos sin hacerles daño. Introducen un maní en una jarra de cerámica. En poco tiempo, un mono llega y lo huele. Luego mirará dentro de la jarra y verá el maní en el fondo. Como quiere comerlo, el mono introduce la mano en la jarra y, cerrando el puño, lo agarra. Pero el puño es demasiado grande para que pueda pasar por el cuello de la jarra y el mono es demasiado avaro como para soltar el maní. Así, el mono queda atrapado; y todo porque no quiso soltar un mísero maní.
Podemos liberarnos de todas nuestras cargas y penas; basta con que las soltemos y se las demos a Jesús. Él tomará nuestro dolor y lo convertirá en alegría que nadie nos podrá quitar.
La oración sincera suele ser el resultado de un corazón quebrantado. El corazón que busca al Señor con toda su fuerza es el corazón contrito; por lo que el corazón permanentemente contrito es condición indispensable para la oración sincera. «Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón y salva a los contritos de espíritu» (Sal. 34:18). «Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios» (Sal. 51:17). «Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad y cuyo nombre es el Santo: "Yo habito en la altura y la santidad, pero habito también con el quebrantado y humilde de espíritu, para reavivar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los quebrantados"» (Isa. 57:15).
En cierta ocasión hablaba con una persona que había perdido el celo por andar con el Señor. Le pregunté por su vida de oración. Me respondió que había dejado de orar porque sabía que, si lo hacía, en su vida se producirían cambios y eso le daba miedo.
La oración sincera ablanda el corazón más duro. Por lo tanto, el mayor error que podemos cometer es el error de dejar de orar.
El Señor quiere cambiar su sufrimiento por gozo. Si tal es su deseo, deje que él haga. Basado en Lucas 18:1-8

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill