martes, 19 de junio de 2012

CORAZONES GOLPEADOS


«Pero envió delante de ellos a José, al que habían vendido como esclavo. Le lastimaron los pies con cadenas; ¡lo aprisionaron con hierros!» (Salmo 105:17,18).

¿Quieres que te hable de una caminata que fue bien larga y difícil? José fue encadenado y tuvo que caminar así cientos de kilómetros a través del desierto hasta Egipto, donde fue vendido como esclavo. Nuestro versículo de hoy nos cuenta que las cadenas que le pusieron en los pies lo lastimaron.
¿Alguna vez te has golpeado? ¿Verdad que duele? Al momento tu piel se pone roja. Esto ocurre porque debido al golpe se rompen algunos vasos sanguíneos y sangras por debajo de la piel. Después de unos días la herida cambia de color y se pone entre morada y azul o amarillenta-verdosa. Esto sucede porque la sangre seca cambia de color
¿Te ha pasado alguna vez que tu cara se ha puesto roja sin que te hayas golpeado? A mí la cara se me pone roja cuando estoy avergonzado. Avergonzar a los demás puede hacer más daño que un golpe. Algunas veces la herida no desaparece con los días, sino que permanece durante años e incluso para toda la vida.
Jesús nos enseñó a amarnos los unos a los otros, no a avergonzarnos y hacernos daño los unos a los otros. Sé alguien que sane corazones golpeados y que enseñe a todos los hijos de Dios lo que es el amor verdadero.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

LA META


Deléitate asimismo en Jehová y él te concederá las peticiones de tu corazón (Salmo 37:4).

Hace algunos años se decidió enfatizar el poder de la oración en el territorio de nuestra Unión.  Cada sábado se llevaba a cabo un programa especial en algunas de las iglesias de una zona o distrito. Era una gran bendición asistir a aquellas reuniones de oración.
En horas de la tarde se brindaba la oportunidad a todo el que quisiera de pasar al frente. En breves palabras podrían relatar las maravillas que el Señor había obrado en  su vida. Creo que si quisiéramos recoger dichos relatos se necesitaría escribir varios libros.
Un día me sentí muy impresionada por el testimonio de una niña a quien llamaremos Cristina. Ella relató cosas sencillas y simples que en ocasiones podríamos considerar poco importantes, pero que para aquella niña tenían gran valor.
Desde pequeña Cristina observaba la forma en que algunos de sus compañeros sobresalían en los estudios. Por lo tanto, un día decidió que su nombre pronto estaría en el cuadro de honor de su escuela. Se esforzó mucho y sus calificaciones comenzaron a mejorar.  Reconoció entonces que podría alcanzar su objetivo si se esforzaba y ponía todo su empeño en ello. El desafío mayor llegó al concluir el octavo curso. El alumno con mejor índice académico sería elegido para dar el discurso de graduación. Cristina deseaba ser ella quien lo diera, y le dijo a Dios: «Señor, yo sola no podré lograrlo, pero si tú me acompañas y me iluminas sé que lo conseguiré». El Señor contestó aquella petición y, para sorpresa de sus padres y amigos que no conocía su trato con Dios, fue ella quien aquel día presentó el discurso.
Cristina agradeció a Dios toda su ayuda. Estaba convencida de que sin ella nunca habría alcanzado su objetivo.  Aquella oración contestada le sirvió también para aumentar su fe en el Señor y para depender más de él. Nuestro texto de hoy dice que él nos concederá las peticiones de nuestro corazón. Aprendamos a depender de Dios y seremos felices.  Decía el escritor cristiano Braulio Pérez Marcio: «Los que dan a Dios lo primero, lo último y lo mejor, son las personas más felices del mundo».
Querido Padre, ayúdame a conocerte mejor y a deleitarme en tu dulce amor. Gracias porque nos amas y suples nuestras necesidades; así también por concedernos los deseos de nuestro corazón.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Belkis Alcántara de Acevedo 

«SI CREO»


¿Crees tú en el Hijo del hombre? Juan 9:35.

Hace ya varios años, el mundo fue sacudido por la noticia de dos desquiciados adolescentes que asesinaron a sus propios compañeros de estudio. La tragedia ocurrió en Colorado, Estados Unidos.
Cuentan los sobrevivientes que esa trágica mañana los asesinos disparaban a sangre fría contra todo lo que se movía, mientras reían a carcajadas. Primero sembraron el terror en el primer piso de la institución. Luego subieron a la biblioteca, donde estaba una joven estudiante, de nombre Valeen, con su mejor amiga, escondida debajo de una de las mesas. En cuestión de segundos, inundaron el lugar con una lluvia de balas. La amiga de Valeen murió en el acto. Ella, por su parte, fue alcanzada por varios proyectiles. Agobiada por el dolor, la joven comenzó a quejarse: «¡Dios mío! ¡Dios mío!».
Cuando los asesinos escucharon mencionar el nombre de Dios, caminaron en dirección al lugar de donde provenía el clamor.
—¿Dijiste Dios? —preguntó uno de ellos—. ¿De verdad crees en Dios?
—Sí, creo —respondió con valentía la muchacha.
—¿Y por qué crees en Dios? —preguntó el pistolero, mientras recargaba el arma.
—Porque así me criaron mis padres, y porque yo lo creo.
No se sabe por qué no la mataron. Se cree que después de su valiente testimonio, Valeen se desmayó y la dieron por muerta. Al final de la sangrienta jornada, los dos adolescentes habían asesinado a doce estudiantes y a un profesor. Luego ellos mismos se quitarían la vida. Pero Valeen sobrevivió para contar por qué dijo sí, consciente de que esa respuesta podía costarle la vida.
«Cuando esos dos muchachos me preguntaron si creía en Dios, sentí tantos deseos de decir "no". [...]. Pero decir "no" era una falta de respeto a mí misma y a Dios. Por eso los miré directamente y les dije lo único que podía decirles: "Sí, creo"» (Bruce Porter, The Martyr's Torch [La antorcha del mártir], pp. 6-8).
Quizás nunca te encontrarás en una situación tan dramática para demostrar tu fe, pero no necesitas que una pistola te apunte a la cabeza para demostrar tu lealtad a Dios. Por medio de las pequeñas pruebas de cada día estás diciendo: «Sí, creo en Dios». O de lo contrario: «No creo». Son los hechos, no las palabras, los que cuentan.
Hoy puedes demostrar que sí crees en Dios. Hoy puedes representarlo con dignidad en todo lo que hagas. ¿Estás dispuesto a hacerlo?

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

PEQUEÑAS COSAS


Quizá haga algo Jehová por nosotros, pues no es difícil para Jehová dar la victoria, sea con muchos o con pocos» (1 Samuel 14:6).

¿Pasa con la persona que solo tiene un talento? ¿Es lícito que piense que, ya que su acción no es muy determinante, no pasa nada si no lo intenta? No hay que menospreciar el poder de las cosas pequeñas, aun de un único talento, ni su influencia.
El evangelio entró en Japón gracias a una pequeña porción de las Escrituras que llegó a la costa flotando y que un caballero japonés recogió de la arena. Más adelante pidió que se le enviara una Biblia completa y los misioneros lo instruyeron.
Cuando la muerte le arrebató su hijito a la reina de Corea, una sirvienta de palacio le habló del cielo y de un Salvador que la llevaría allí para que estuviera con él. De este modo, una doncella cautiva introdujo el evangelio en Corea.
El éxito de la misión de Telugu, en el estado de Andhra Pradesh, en la India, dependía del hecho de que John Cloud había estudiado ingeniería de caminos, canales y puertos en la universidad. Por lo tanto pudo firmar un contrato para la construcción de un canal que empleaba a miles de obreros a los que predicaba todos los días sobre el texto de Juan 3:16. El resultado de este trabajo fue el bautismo de 10.000 conversos en un año.
El hambre del hijo de Colón lo llevó a parar en un monasterio de Andalucía y pedir pan. El prior del monasterio, que había sido el confesor de la reina Isabel, escuchó la historia del navegante aventurero y consiguió una audiencia con la reina que dio lugar al viaje de Colón y su descubrimiento de América. Y todo a causa del hambre del niño.
Robert Bruce, uno de los grandes reyes de Escocia, se refugió en una cueva del perseguidor que quería matarlo. De repente, una araña tejió una tela ante la boca de la cueva y cuando los perseguidores pasaron por allí vieron la telaraña y quedaron convencidos de que nadie había entrado en la cueva. El destino de millones de personas dependió de una simple telaraña. 
«Por pequeño que sea vuestro talento, Dios tiene un lugar para él» (Palabras de vida del gran Maestro, p. 294). Basado en Mateo 25: 14-30

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill