domingo, 15 de abril de 2012

DIOS Y TÚ JUNTOS SON BRONCE


«El rey, sus consejeros, sus funcionarios más importantes y todos los israelitas allí presentes habían entregado para el templo de Dios [...] veintiún mil cuatrocientos cincuenta kilos de plata, utensilios de plata que pesaban tres mil trescientos kilos, tres mil trescientos kilos de oro, veinte tazas de oro que pesaban ocho kilos, y dos recipientes de bronce bruñido de la mejor calidad, tan preciosos como el oro» (Esdras8:25-27,NVI).

¡Impresionante! El rey, sus consejeros, oficiales, y todo el pueblo de Israel hicieron grandes donaciones para el nuevo templo. Fíjate en la última parte del versículo de hoy. Ellos dieron «dos recipientes de bronce bruñido de la mejor calidad, tan preciosos como el oro». Hoy vamos a visitar el taller de un fabricante de bronce para aprender un poco sobre este metal.
¡Qué calor hace aquí! El artesano está vertiendo metal líquido en un contenedor lleno de otro metal líquido. El contenedor más grande contiene cobre derretido, y la cantidad más pequeña de metal plateado es estaño. ¿Por qué los está mezclando? Porque si mezclas una pequeña cantidad de estaño con cobre, este último se hace mucho más fuerte. La mezcla de estos dos metales se conoce como bronce.
Dios quiere «derramarse» en tu vida como el fabricante de bronce vierte el estaño en el cobre. Dios sabe que si le permites hacerlo, te convertirás en una persona más fuerte para él. Pídele hoy que entre en tu corazón y que te fortalezca para él.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

SU VOZ


Jehová de mañana oirás mi voz, de mañana me presentaré delante de ti y esperaré. (Salmos 5:3).

¿Has escuchado alguna vez la voz de Dios diciéndote lo que debes hacer? ¡Gloria a Dios!, porque es una bella experiencia escuchar el suave susurro de su voz. Pero para ello, es necesario hacer silencio en medio de las dificultades.
A mediados del año 2005 experimenté una situación difícil y desgastante. Tenía que tomar una decisión que me entristecía mucho. Leía repetidamente el texto de Salmo 5:3, hasta que un buen día, en el silencio, escuché la voz de Dios que me daba una respuesta a mi petición insistente. Recuerdo que aquellos fueron días de mucho llanto y lágrimas, días de ayuno y oración, pero finalmente salió el sol para mí y pasó lo más oscuro de la noche. Entonces pude comprobar la forma en que mi Padre me había cuidado y protegido durante todo aquel tiempo. Además, también le doy gracias a Dios por el apoyo tan grande que recibí de mi familia. Las palabras que mis hijos me decían pudieron ayudarme, así como las de mis familiares y de mis hermanas de la iglesia.
Las lágrimas limpian y purifican nuestras heridas. Sin embargo, para nuestro Dios no pasa desapercibida ninguna de las que derramas. «Cada respiración, cada latido del corazón es una evidencia del cuidado de Aquel en quien vivimos, nos movemos y somos. Desde el insecto más pequeño hasta el hombre, toda criatura viviente depende diariamente de su providencia» (La educación cap. 14, p. 117).
Cuando te encuentres pasando por las horas más o curas de tu noche, recuerda que finalmente saldrá el sol verás su luz y disfrutarás de un nuevo día para contar las maravillas que Dios ha hecho contigo. El corazón tiene necesidad de compartir su felicidad, así como su sufrimiento; porque la alegría compartida es doble y el dolor compartido se reduce a la mitad.
«Mientras más cerca esté el alma de Dios, más completamente se humillará y someterá. Cuando Job oyó la voz desde el torbellino, exclamó: "Me aborrezco y me arrepiento en polvo y ceniza" (Job 42:6). Cuando Isaías vio la gloria del Señor exclamó "¡Ay de mí! que soy muerto (Isa. 6:3,5). Cuando fue visitado por el mensajero celestial, Daniel dijo: "Mi fuerza se cambió en desfallecimiento (Dan. 10:8)» (A fin de conocerle, p 175).
Escuchemos la voz del Señor y permitamos que siempre nos guie su Espíritu.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Enedelia García Sánchez

¿QUIÉN MERECE EL CRÉDITO?


¿Quién te distingue de los demás? ¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué presumes como si no te lo hubieran dado? 1 Corintios 4:7 NVI.

Hace muchos años, cuando nuestra iglesia recién había nacido, un joven de cuna muy humilde llegó a ser uno de sus predicadores más elocuentes. De él alguien escribió que era «excesivamente brillante», y que proclamaba la Palabra con una habilidad que solo el cielo podía concederle. ¿Su nombre? Dudley M. Canright. Aunque ya tenía el don de la predicación, Dudley se inscribió en una escuela de oratoria de la ciudad de Chicago. Un día le tocó hacer su práctica en una iglesia de tres mil miembros, acompañado por su buen amigo, el pastor Reavis, quien también era alumno de la escuela de oratoria. Reavis debía escuchar el sermón y hacerle una crítica constructiva a su amigo predicador. Pero Dudley predicó un sermón tan poderoso, que a Reavis se le olvidó que debía evaluarlo. ¡Así de buena fue la predicación!
Sin embargo, a Reavis le esperaba otra sorpresa. Después de despedir a la congregación, cuando quedaron solos, Dudley le dijo:
—Reavis, creo que podría llegar a ser un predicador muy famoso si no fuera porque nuestro mensaje es tan impopular.
Reavis no podía creer lo que había escuchado. ¿Cómo podía Dudley decir semejante barbaridad? Cuando se recuperó de su asombro, Reavis respondió:
—Dudley, el mensaje de nuestra iglesia ha hecho de ti lo que eres hoy, y el día que lo abandones volverás al lugar donde estabas cuando te encontró.
Es triste decirlo, pero la predicción de Reavis se cumplió al pie de la letra. A Dudley se le subieron los humos a la cabeza. Abandonó la Iglesia Adventista con la intención de llegar a ser un famoso predicador. Pero murió sin amigos, en el olvido y sin el aplauso que tanto añoró (D. W. Reavis, citado por Dave Fiedler en Hindsight. Seventh-day Adventist History in Essays and Extracts [Retrospectiva. La historia adventista en ensayos y fragmentos], pp. 119-122). ¿Tienes alguna habilidad especial? ¿Algún don prominente? Quizás eres muy inteligente. Quizás hablas o cantas muy bien. A lo mejor eres hábil con los idiomas, o con el piano. Cualquiera sea tu don, nunca olvides esto: Fue Dios quien te lo concedió. Entonces, como dice nuestro versículo, no hay razón alguna para presumir.

Gracias, Padre celestial, por los talentos y las habilidades que nos has concedido. Me propongo usarlos para tu honra y gloria.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

NO DESFALLEZCA


«Ten ánimo, hijo; tus pecados te son perdonados» Mateo 9:2.

Un sábado, después del sermón, un hermano se me acercó y me preguntó si podía orar por su madre ya que tenía algunos problemas físicos. Accedí a ello. Los otros miembros de la familia y su madre se reunieron en una de las salas de la Escuela Sabática.
Propuse a la familia que, antes de pedir al Señor que sanara el cuerpo de su madre, le pidieran que también supliera las necesidades espirituales que pudiera tener la familia. Luego pregunté a los distintos miembros de la familia si entre ellos había algún problema espiritual. Tras una corta pausa, uno de los hijos confesó que entre ellos había resentimientos. Sugerí que era preciso orar a Dios para que primero sanara la amargura de la familia y luego pediríamos la sanación de la madre.
En una reunión de un campamento de verano, una mujer se me acercó y dijo: «Pastor O'Ffill, mi esposo y yo queremos tener un bebé. Hemos ido al médico y parece que no hay ningún impedimento. Queremos un hijo ahora. Le digo a Dios que tiene que darme un bebe. Ahora quiero que usted ore para que el me lo de».
Para mí era claro que su ansiedad por tener un bebé la había llevado a enojarse con Dios. Yo podría haber dicho que estaba bien haber orado juntos en ese momento. Pero en ese instante tuve el presentimiento de que para ella había algo aún más importante que tener un hijo y en eso estaba la raíz del problema de su enojo con Dios.
La llamé por su nombre y dije: «Usted está enojada con Dios. Pienso que lo primero que tiene que hacer es pedirle que la perdone por su mala actitud hacia él». Y oramos.
Al año justo de haberla conocido, nos volvimos a ver. Llevaba en brazos un bebé precioso. Me dijo que había quedado embarazada justo después de haberle pedido a Dios que la perdonara.
Un día trajeron ante Jesús a un hombre para que lo sanara. Lo primero hizo Jesús fue perdonar sus pecados (ver Mat. 9:2). Sanando al paralítico Jesús enseñó dos importantes lecciones. La primera es que él tiene poder para perdonar los pecados; la segunda, que no podemos separar la sanidad física de la espiritual, ¿Siente hoy la necesidad de que Jesús sano una enfermedad de su espíritu? Pídaselo. Basado en Mateo 9: 2-6

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill