jueves, 12 de abril de 2012

PIEL MUERTA, MUERTOS AL PECADO


«Pero no serás tú quien lo construya, sino el hijo que tendrás. Él será quien me construya el templo» (2 Crónicas 6:9).

Dios le dijo a David que aunque él no construiría el templo, lo haría alguien de su propia sangre, de su propia piel. Hablando de piel, ¿para qué sirve la piel? Bien, la piel es resistente al agua. Si estás caminando al aire libre y comienza a llover, no te vas a dañar con el agua. Debajo de la piel tenemos músculos y órganos muy delicados como el estómago y el hígado. Nuestra piel nos ayuda a protegerlos.
Hay muchas cosas que podemos aprender sobre la piel. ¿Sabías que la capa exterior de la piel está muerta? Así como lo oyes: muerta. Y aunque no lo creas, eso es bueno.
La Biblia dice en Romanos 6:11 (NVI):«De la misma manera, también ustedes considérense muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús». Así como la piel muerta fuera de nosotros protege lo que tenemos dentro, creer en Jesús nos salva de nuestros pecados y nos da una nueva vida en él. Estar muertos no es bueno, pero así como la piel muerta, estar muertos al pecado es exactamente lo que necesitamos.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

GOLPES DOLOROSOS


Escucha, Jehová, mis palabras; considera mi gemir. Atiende a la voz de mi clamor, Rey mío y Dios mío, porque a ti oraré. Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presenta delante de ti esperaré (Salmo 5:1-4).

Cuando tenía doce años mi padre no abandonó. Cuatro años más tarde mi madre murió de cáncer. Todo aquello fue muy doloroso para mi hermano y para mí, pues nos quedamos prácticamente solos. Aunque vivíamos en casa de mi abuelita, mi vida ya nunca volvería a ser la misma.
Mi comportamiento no era el mejor y prefería pasar caso todo el día fuera de la casa, pues así no recordaba el dolor tan grande que sentía y que no podía expresar. Al cumplirse cinco meses de la muerte de mi mamá, nuestra familia decidió que yo debía ir a estudiar a la Universidad de Montemorelos, pues allí vivía una tía mía. Con el tiempo, ella se convirtió en una segunda madre para mí. Así fue como llegué a un lugar único y de costumbres muy diferentes, pues para entonces yo no era adventista.
En la universidad comencé a estudiar administración de empresas. Sin embargo, al concluir el primer semestre había reprobado tres materias y mi estado de ánimo era cada vez peor. Tenía muchos conflictos personales por resolver y eso me impedía concentrarme en mis estudios. 
Sin embargo, Dios no se olvidó de mí y dirigió mi vida por un nuevo rumbo. También por ese tiempo encontré a una gran amiga llamada Silvia, que me ayudó a reconocer a Dios como mi gran ayudador y sanador. Finalmente pude dejar atrás toda la amargura y el dolor causados por la separación de mis padres y por la muerte de mi madre.
Agradezco con todo mi corazón a Dios porque puso en mi vida a una persona cristiana que creyó en mí aun cuando nadie lo hacía. Alguien que no dudó respecto a mis posibilidades académicas. Una amiga que me inspiró, me ayudó y me motivó a seguir adelante hasta hacer realidad mis sueños.
Querida amiga, mi vida es un ejemplo de que cuando se quiere, se puede, y de que debemos descartar todo temor a salir adelante una vez que contamos con la ayuda de Dios. ¡Inténtalo tú también!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Berenice Casillas

LA NARIZ DEL CAMELLO



No le den oportunidad al diablo. Efesios 4:27.


Un antiguo relato cuenta que un árabe viajaba con su camello a través del desierto. Cuando los agarró la noche, el hombre levantó su tienda, amarró .al camello y se fue a dormir.
Cuando el frío se hizo más intenso, el camello metió su cabeza en la carpa: —Maestro —susurró—. ¿Podría meter mi nariz dentro de la carpa? Hace mucho frio afuera.
—¡Por supuesto! —respondió el hombre.
Al poco rato el camello nuevamente asomó la cabeza dentro de la carpa.
—Disculpe, mi amo, pero el frío es ahora más intenso. ¿Podría meter toda la cabeza?
El hombre aceptó a regañadientes. Al poco rato, el camello lo importunó de nuevo.
—Mi amo, si no introduzco mis patas delanteras mañana no podré hacer el viaje.
—Está bien —respondió el hombre de mala gana—. ¡Pero no más que eso!
Dice el relato que el camello no molestó más por esa noche. Claro, no había razón para molestar. Cuando amaneció, el animal estaba dentro de la carpa, y el hombre estaba afuera.
Algo parecido ocurre en la vida espiritual: «Si le das un dedo al diablo, se agarrará todo el brazo».
¿Hay en tu vida algún espacio donde se pueda observar «la nariz del camello»? ¿Tienes alguna amistad cuestionable? ¿Algún hábito o vicio dañino (alcohol, cigarrillo, drogas)? ¿Te has acostumbrado a ver películas donde abundan las palabras obscenas o las escenas sensuales? ¿Dices mentirillas blancas? ¿Hay caricias atrevidas en tu noviazgo?
Por supuesto, lo ideal es no permitir que el camello introduzca la nariz. Pero si descubres que esto ya ocurrió, hoy tengo buenas noticias para ti: «Si confesamos nuestros pecados, podemos confiar en que Dios, que es justo, nos perdonará nuestros pecados y nos limpiará de toda maldad» (1 Juan 1:9).
Lleva al Señor en oración cualquier situación de tu vida en la que ahora mismo sientas que las cosas no están bien. Si has hecho algo malo, él te perdonará, gracias a la preciosa sangre de Cristo. Y si no has caído, pero estás pisando terreno prohibido, recuerda nuestro texto de hoy: «No le des oportunidad al diablo». A este engañador, si le das un dedo, se agarrará todo el brazo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

VUÉLVASE A JESÚS

«Cambia la tempestad en sosiego se apacigua sus olas. Luego se alegran, porque se apaciguaron, y así los guía al puerto que deseaban» Salmo 107:29,30.

Aunque los desdichados discípulos eran navegantes experimentados y habían afrontado numerosas tempestades, ahora estaban terriblemente asustados. Aterrorizados, acudieron rápidamente a su Maestro. ¿Dónde más podían ir? Que Jesús estuviera tan cerca era algo bueno. Sus gritos y súplicas lo despertaron: «¡Señor, sálvanos!».
Si quiere aprender a orar, póngase en peligro. Cuando sienta que su vida está en juego, correrá a Cristo, el único que puede ayudar en tiempos de necesidad. Los discípulos nunca antes habían orado así. La suya era una oración viva: «¡Señor, sálvanos, que perecemos!».
Habían visto suficientes milagros para saber que Jesús podía dominar cualquier situación. Creían que podía salvarlos y le rogaron que los ayudara. Aunque Cristo vino al mundo como Salvador, únicamente podrá salvar a los que acudan a él. Si, por fe, usted pide la salvación que solo Cristo da, confiado, podrá acudir a él con sus necesidades cotidianas. 
Los discípulos lo llamaron: «¡Señor!», y luego rogaron: «¡Sálvanos!». Cristo solo salvará a aquellos que estén dispuestos a reconocerlo como Señor y eso significa obedecerlo. Jesús dijo una vez: «¿Por qué me llamáis: "Señor, Señor", y no hacéis lo que yo digo?» (Luc. 6:46).
Cuando los discípulos clamaron: «Moriremos», reconocieron que su situación era desesperada y se dieron por perdidos. Era como si hubieran sido sentenciados a muerte, por eso clamaron: «Si no nos salvas, moriremos; apiádate de nosotros».
«Por fiera que sea la tempestad, los que claman a Jesús: "Señor, sálvanos", hallarán liberación. Su gracia, que reconcilia al alma con Dios, calma la contienda de las pasiones humanas, y en su amor el corazón descansa. "Hace parar la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus ondas. Alégrense luego porque se reposarán; y él los guía al puerto que deseaban" (Sal. 107: 29, 30)» (El Deseado de todas las gentes, cap. 35, pp. 308, 309). Basado en Mateo 8: 23-27

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill