martes, 21 de febrero de 2012

EL PUERRO, EL MEJOR AMIGO DEL HAMBRE

«¡Cómo nos viene a la memoria el pescado que comíamos gratis en Egipto! Y también comíamos [...] puerros» (Números 11:5).

Seguimos en el campamento israelita. Acerquémonos a escuchar qué es lo que están diciendo. Espera un momento, ¿es verdad lo que escucho? ¿Los israelitas se están quejando porque quieren comer perros? Yo había escuchado cosas extrañas, pero esto es ridículo. ¿O será que se están refiriendo a perros calientes? ¡Qué gracioso! Lo he oído mal, ¡están hablando de puerros! Te dije que nos acercáramos para escuchar mejor
El puerro es un vegetal que pertenece a la familia de las liliáceas y sabe parecido a la cebolla, aunque un poco dulce. La gente cocina los puerros y se los come con papas hervidas y otros alimentos. Los puerros hacen que el sabor de las comidas mejore.
Al igual que el puerro, nosotros podemos hacer que la vida sea mejor Si somos amables y bondadosos, podemos ayudar a los demás a sentirse más felices y agradecidos por las cosas buenas que Dios les ha dado. Así que ya lo sabes: en vez de ladrar como un perro, sé un buen amigo y compórtate como un «puerro», para que seas una bendición para los demás.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

UNA MUJER DE VALOR

Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los. que duermen para que os entristezcáis como los otros que no tienen espera. (1 Tesalonicenses 4:13)

Mi abuela siempre fue una mujer llena de valor, de fe, de amor y sabiduría, La recuerdo como una persona fuerte y segura en Cristo, que siempre mostró su amor por cada uno de sus hijos y nietos, así como por cada integrante de su familia. Era una mujer muy amada por sus hermanos de iglesia. Ella siempre afirmaba que se mantenía orando por todos nosotros.
Recuerdo que nos hablaba de las cosas que Dios tenía preparadas para nosotras, aun cuando mi hermana y yo todavía estábamos pequeñas y no asistíamos a la iglesia. Nos cantaba himnos, nos enseñaba a orar, y eso a mí me agradaba mucho. Años después, aunque habíamos crecido y aún no habíamos entregado nuestras vidas al Señor, ella continuaba preocupándose por nosotras.
En el año 2001 mi abuela falleció. Toda la familia lloró la pérdida de una persona tan querida y destacada. Se fue al descanso con valor y paz, mientras en su rostro se dibujaba una sonrisa. Yo sé que sonreía porque experimentaba la paz de Dios incluso en sus últimos momentos. Hoy, gracias a su influencia y al amor de Dios, somos miembros de la Iglesia Adventista. Ahora que ella no está, pienso en lo contenta que estaría al ver que servimos a Jesús.
No estoy triste porque sé que algún día volveré a abrazarla y a mirarla, y podré decirle: «Gracias, abuela, por enseñarme a amar al Señor», a ese mismo Dios que nos volverá a reunir. Es algo que el Señor ha prometido y no dudo ni un instante que veré a esa gran mujer con una sonrisa en su rostro, feliz de que sus hijos y nietos hayan seguido a Cristo para estar unidos por la eternidad con nuestro Redentor.
Hemos de entregarle nuestra vida y nuestros corazones a Jesús, quien vivió y murió por nosotros. Confiemos cada día en sus promesas. No esperemos a que nos llegue una prueba o un momento difícil para aceptarlo. Aferrémonos a él y pidamos su dirección esta mañana, rogando a Dios que haga su voluntad en nosotras, ya que únicamente él conoce las necesidades de nuestro corazón. ¡Es el momento de mostrar al mundo el amor que Jesús siente por cada uno de sus hijos!

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Leslie Flores García es mexicana y licenciada en Psicología.

¿DEMASIADO APURADOS?

Dame entendimiento para seguir tus preceptos, pues quiero meditar en tus maravillas. Salmo 119:27.

Son casi las ocho de la mañana. Es viernes. Como de costumbre, miles de personas se dirigen a una de las estaciones del metro de Washington D. C. Cerca de la entrada, un joven, vestido con ropa informal y una gorra deportiva, toca el violín. En el piso se puede observar un recipiente con algunas monedas.
Aunque la música que se escucha es de la mejor calidad, la gente está muy apurada como para detenerse a presenciar un espectáculo callejero. Mientras centenares de personas pasan de largo, alguno que otro deja una moneda de propina. Lo que estos transeúntes no saben es que se está llevando a cabo un experimento social, patrocinado por el periódico Washington Post, sobre la manera en que la gente percibe un estímulo agradable (en este caso, la buena música), y cómo responde cuando tiene prisa. Y menos se imaginan que el joven «pordiosero» es Joshua Bell, un virtuoso del violín que ha ganado varios premios internacionales.
Durante 45 minutos, Bell ejecuta algunas de las piezas más célebres de la historia de la música, mientras usa un instrumento valorado en más de tres millones de dólares. ¿Cuántas personas se detuvieron a escucharlo durante esos 45 minutos? Entre las más de mil que pasaron a su lado, aproximadamente solo siete. El total de lo recolectado en «donaciones» ascendió a unos 32 dólares. Lo más curioso de todo es que dos días antes, en Boston, la gente estuvo dispuesta a pagar entradas de hasta cien dólares para escuchar su música.
¿Qué demostró el experimento? Bueno, que estamos apurados. Tan apurados, que no tenemos tiempo para escuchar la mejor música, interpretada por uno de los mejores violinistas del mundo. Tan apurados que no tenemos tiempo para deleitarnos en las cosas que elevan el espíritu y alimentan el alma.
¿Cómo estás de tiempo hoy? ¿Hay en tu programa de hoy algunos minutos para disfrutar de las maravillas de la creación de Dios? ¿Desde cuándo no contemplas la belleza de un amanecer en la playa o la montaña? ¿O un buen documental sobre las curiosidades de la naturaleza? Y lo que es aún más importante: ¿Tienes tiempo para Dios? Organiza hoy tus prioridades de modo que lo urgente no te impida dedicar tiempo a lo verdaderamente importante.

Padre celestial, ayúdame a no estar tan apurado que no pueda percibir maravillas tu creación.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

COMIENZA EN LA MENTE

«Examíname, Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos» (Salmo 139: 23).

No sé si es consciente de ello o no, pero la tentación de la impureza sexual es una de las más difíciles de vencer porque lleva incorporada la capacidad de respuesta. Para fumar, es preciso comprar los cigarrillos. Para beber, hay que comprar licor; y lo mismo sucede con las drogas. Pero este no es el caso de los pecados de impureza sexual. Uno no tiene que ir a ningún lado o comprar cualquier cosa. Uno ya viene «equipado» para esta clase de pecados.
Por supuesto, el diablo es consciente de ello y, por esa razón, la tentación de impureza moral es quizá la más extendida en la sociedad.
Recuerde que Jesús dijo que no hace falta que una persona lleve a cabo una conducta sexual inadecuada para ser culpable. La persona que es vencida por el deseo sexual piensa en ello todo el tiempo. Quizá suene excesivamente simplista, pero el secreto para vencer la impureza sexual es no pensar en ella.
La vida en una sociedad con fácil acceso a la televisión, a Internet, a revistas, a música e, incluso, a las fotografías que adornan las paredes del lugar de trabajo —por no hablar de los chistes soeces que los compañeros de trabajo van contando todo el tiempo— hace que sea muy difícil evitar los pensamientos impuros.
Estoy seguro de que debe haber oído el dicho: «No puedes evitar que los pájaros revoloteen sobre tu cabeza, ¡pero puedes impedir que aniden en ella!». Aunque la tentación de tener pensamientos impuros esté en todo lo que nos rodea, de nosotros depende que se queden o no.
Un verano, cuando estudiaba en la universidad, estuve empleado como yesero. La empresa se dedicaba a la construcción de varios edificios de apartamentos en una población cercana. Tenía la sensación de que muchos de los trabajadores eran incapaces de pronunciar más de dos palabras seguidas sin que una fuera una grosería. Se pasaban el día explicando chistes subidos de tono.
Trabajar como yesero no es como trabajar en una oficina. Cuando llegaba a casa, tenía que quitarme la ropa de trabajo sucia y darme una ducha. Pero recuerdo especialmente que, además, tenía que sentarme y darme una «ducha mental» para deshacerme de todos los pensamientos impuros que asaltaban mi mente. Lo hacía leyendo la Biblia. (Basado en Mateo 5:28).

«¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra» (Sal. 119: 9).

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill