jueves, 12 de enero de 2012

¿NO ERES DEMASIADO JOVEN?

«Abraham y Sara eran viejos, de edad avanzada, y a Sara ya le había cesado el período de las mujeres» (Génesis 18: 11, RV95).

Hoy vamos a dar un paseo por la sección de recién nacidos del hospital. Vamos a ver bebés. Hagamos silencio. ¿No son lindos? Dios nos ha creado de una manera maravillosa. Qué bueno es que los papas y las mamas puedan tener bebés y formar familias.
El versículo de hoy nos cuenta que Sara ya no podía tener hijos debido a su edad. Cuando las mujeres no son tan jóvenes ya no pueden tener hijos, y Sara había llegado a esa edad. ¡Tenía casi cien años! De hecho se rió de solo pensarlo. Pero, ¿sabes lo que pasó? Dios hizo un milagro y Sara tuvo un bebé cuando nadie, ni siquiera ella, creía que fuera posible.
A veces la gente cree que tú eres demasiado joven para hacer algo importante para Dios. ¡Espero que tú no pienses lo mismo! Nunca serás demasiado joven para mostrar una sonrisa en tu rostro y alegarle el día a alguien. Nunca serás demasiado joven para hablarles a los demás de Jesús. Y al igual que Dios le dio a Sara un bebé cuando ella creía que era demasiado vieja, Dios puede hacer que lleves a otros a sus pies sin importar tu edad.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

¿CÓMO SE SINTIÓ JESÚS?

Entonces algunos comenzaron a escupirlo, a cubrirle el rostro, a darle de puñetazos y a decirle: ¡Profetiza! También los guardias le daban bofetadas. (Marcos 14:65).

En cierta ocasión mi compañero Luis y yo estábamos comiendo unos taquitos de papa que yo había preparado. De pronto se acercó a nuestra casa un joven para pedirnos dinero. Escuchamos con paciencia todo lo que nos decía para convencernos. De pronto, Luis le preguntó si tenía hambre y nos contestó que lo que necesitaba era dinero. Repitió que no quería comida, pero finalmente terminó pidiéndonos los taquitos. Una vez que le dimos los tacos el muchacho comenzó a cruzar la calle y luego se detuvo a la mitad. Desde allí comenzó a hacer señales de disgusto y, molesto, regresó para preguntarnos: «¿Qué es esto?». Cuando le contestamos que eran tacos de papa comenzó a escupirlos, a la vez que profería palabras groseras diciendo que lo que él deseaba era carne. Mientras observaba su conducta, quise que la tierra me tragara por la magnitud del desprecio de aquel joven, aun cuando habíamos estado dispuestos a compartir nuestros alimentos con él. Tanto Luis como yo nos sentimos fatal por el maltrato y la actitud del muchacho.
¿Alguna vez te has preguntado cómo se habrá sentido Jesús al ser rechazado, humillado, escupido y abofeteado? Yo estoy segura de que se habrá sentido fatal. Pero no solo en aquella ocasión, sino hasta el día de hoy, o cada vez que es humillado o despreciado por alguien a quien ama y por quien también dio su preciosa vida.
¿Acaso habremos estado actuando como aquel muchacho? Estoy segura de que en diferentes momentos de nuestras vidas hemos rechazado al Señor mediante nuestras actitudes, palabras o pensamientos. Quizá también lo hemos hecho con el trato que hemos dado a otras personas. Recuerda, querida amiga, que él dijo: «En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mat. 25: 40).
Aquel día pude experimentar en mi propia piel algo de lo que Jesús sintió al ser despreciado e injuriado. Dios quiera que el día de hoy nos propongamos no lastimar a nuestro Señor Jesús con ninguna acción incorrecta, y que podamos ser hijas dignas de nuestro Padre celestial.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Rhode Suriano Suárez es mexicana y reside en Punto Rico. Colabora como locutora de radio ni un programa juvenil.

EL RUIDO DE LA CARRETA

El inteligente no hace alarde de su saber pero el necio hace gala de su estupidez. Proverbios 12:23.

¿Por qué será que la persona que más sabe es la que menos publica sus conocimientos, y la que menos sabe es la que hace más ruido? La respuesta la ilustra de manera muy simpática el siguiente relato.
Se cuenta que un joven caminaba con su padre cuando se detuvieron en una curva. Después de un pequeño silencio, el padre preguntó al hijo: —Además del canto de los pájaros, ¿escuchas algo más? Durante algunos segundos el muchacho se concentró en los ruidos del ambiente y luego respondió:
—Estoy escuchando el ruido de una carreta.
—Correcto —dijo el padre—. Es una carreta vacía.
—¿Cómo sabes que está vacía, si no la estás viendo? —preguntó el joven.
—Es muy fácil saberlo. Cuando una carreta está vacía hace mucho ruido. Y cuanto más vacía está, tanto mayor es el ruido que hace.
Cuenta el jovencito de la historia que nunca olvidó la lección de su padre. Cada vez que veía que alguien hablaba demasiado o hacía alarde de sus conocimientos, le parecía escuchar otra vez la voz de su padre que le decía: «Cuanto más vacía la carreta, tanto mayor es el ruido que hace».
Quizás no hay mejor ejemplo de «la carreta vacía» que el de los líderes religiosos del tiempo de Cristo. A ellos sí les gustaba hacer ruido. Cuando ayudaban a un necesitado, lo publicaban a los cuatro vientos. Les gustaban las oraciones largas y en público, para que la gente los viera. Y cuando ayunaban ponían caras largas y desfiguradas, para que la gente admirara la piedad de ellos (ver Mat. 6: 2, 5, 16). ¿A quiénes impresionaban con sus alardes? A nadie. La gente los conocía bien. Y el Señor Jesús los llamó «hipócritas» (vers. 2, 5, 17).
Tú tampoco te dejes impresionar por esas «carretas vacías». Las vas a encontrar en todas partes. Quieren exhibir su «sabiduría», pero lo único que logran es hacer gala de su estupidez. Y por supuesto, no incurras tú mismo en ese error.
Tarde o temprano, la gente se dará cuenta de tu verdadero valor. Por lo tanto, no te afanes en exhibirlo. Que tu mayor anhelo sea ser semejante en carácter al Señor Jesús. Y tu mayor gloria, vivir para alabarlo.
Señor, permíteme vivir para alabarte, y que tus leyes me sostenga [Sal. 119; 175, NRV]

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

JESÚS ES NUESTRO CONSUELO

«Cualquiera que se enaltece, será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Lucas 14:11).

No hace mucho, en uno de mis viajes, en el avión se sentó junto a mí un hombre con el que entablé conversación y me explicó que su esposa había fallecido. Era víctima de un profundo pesar y ya no tenía ganas de vivir. ¡Cuánto dolor nos causa la pérdida de un ser amado!
Cuando Jesús dijo: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados», no se refería solo a la tristeza por la pérdida de los que amamos. La causa del sufrimiento a la que se refería en la bienaventuranza es el dolor que sentimos cuando nos damos cuenta de que «en mí, esto es, en mi carne, no habita el bien» (Rom. 7:18).
¿Cómo puede alguien estar agradecido por haber sido rescatado sin antes recordar que se ahogaba? ¿O cómo puede dar gracias por los alimentos sin recordar que se estaba muriendo de hambre? Para poder dar gracias por el sacrificio de Jesús antes tendremos que recordar que sin él estábamos perdidos. Jamás debemos pensar que solo necesitamos a Jesús cuando empezamos la vida cristiana. Al contrario, lo necesitamos siempre.
El Espíritu Santo no puede obrar en la vida de quienes no sienten necesidad alguna. El duelo ante Dios se expresa con humildad. «Cualquiera que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido» (Luc. 14:11).
Quizá algunos pregunten: «¿Cómo podemos ser felices en el Señor y lamentarnos continuamente?». La respuesta es que, aunque nos lamentamos porque reconocemos que somos orgullosos, egoístas, amargados, resentidos, lujuriosos y carecemos de dominio propio, nos consuela saber que él nos acepta tal y como somos. Nuestro «llanto» se expresará con una actitud de arrepentimiento. Al que se arrepiente lo consuela saber que el Padre celestial lo ha perdonado.
Aunque quise consolar al hombre por la pérdida de su esposa, para volver a verla tendrá que esperar a la resurrección. El consuelo que Jesús nos ofrece no solo es para el futuro, también es para hoy. ¡Qué extraordinaria promesa! Apreciado lector, si, mientras anda por el camino cristiano, se siente desanimado, o ha perdido a un ser querido, recuerde las palabras de Jesús y consuélese con ellas. (Basado en Mateo 5:4)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill