jueves, 5 de enero de 2012

¡CORRE! ¡ES EL DILUVIO!

«Cuando el diluvio inundó la tierra, Noé tenía seiscientos años» (Génesis 7:6).

¡Rápido! ¡Ponte tu impermeable y tus botas y corre hacia el arca! ¡No hay tiempo que perder! Me imagino que los que creyeron en Noé y se dirigieron hacia la seguridad del arca tuvieron que hacerlo a la carrera.
Y es que el agua, durante una inundación, puede llegar a ser muy peligrosa. Una tormenta violenta puede causar que una gran cantidad de agua se acumule y corra, haciendo que la gente y los animales tengan que montarse en el techo de sus casas o subir a una montaña para refugiarse. Algunas personas pierden sus hogares y muchas otras mueren. Solo se salvan si hay un lugar o alguien a quien acudir
Eso fue lo que ocurrió con el Diluvio de Noé, aunque mucho peor. Ese día muchos perdieron la vida eterna. Solo los que corrieron hacia la seguridad del arca pudieron salvarse, y así también ocurrirá algún día cuando Jesús regrese nuevamente. Solo aquellos que han acudido a Jesús y lo conocen se salvarán. Me alegra mucho que vayamos juntos de excursión por la Biblia, porque día a día lo vamos conociendo más y él nos acoge en la seguridad de sus brazos. Los únicos brazos que pueden salvarnos para la eternidad.

Tomado de Devocionales para menores
Explorando con Jesús
Por Jim Feldbush

EL PODER DE LAS PALABRAS

Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación (Efesios 4: 29).

Durante la Segunda Guerra Mundial podía leerse en las paredes de muchas fábricas de armamento ubicadas en Estados Unidos un letrero que decía: «Los labios abiertos hunden barcos». Con lo difícil que resulta en ocasiones conservar las relaciones familiares y de amistad, quizá deberíamos mantener dicho refrán en mente, aunque modificándolo de la siguiente manera: «Los labios abiertos destruyen relaciones».
Si buscas en el Diccionario de la Real Academia la palabra «corromper» verás que significa «alterar», «trastocar», «dañar», «echar a perder», «pudrir», «viciar». Así como cuando algo está podrido lo sabemos de inmediato, cuando se pronuncian palabras «corrompidas», su impacto contamina el ambiente. Las palabras que tienen el aroma más desagradable son aquellas de naturaleza negativa, cargadas de enojo y odio, que van dirigidas contra otras personas. En vez de contaminar el ambiente con palabras malsanas, echándolo a perder, llenémoslo con una palabra que sea buena para edificar a los demás de acuerdo a sus necesidades.
Quizá algún miembro de tu familia necesite escuchar palabras de ánimo o de agradecimiento. D. Rainey, en su libro Moments Togetherfor Couples [Momentos juntos para las parejas] presenta una sencilla actividad que practican ocasionalmente en su familia. Él la ha denominado «lluvia de elogios», añadiéndole al final la palabra «para» seguida del nombre del miembro de la familia a quien estaría dedicada. Durante dicha actividad todos, desde el más pequeño hasta el mayor, se colocan alrededor de la mesa del comedor para decir algo positivo del miembro a quien dedican la reunión de esa noche. Han comprobado el efecto positivo de dicha actividad, a la vez que reconocen que todos necesitamos la aceptación y el aprecio de nuestros seres queridos.
«Las palabras bondadosas son como rocío y suaves lluvia para el alma. La Escritura dice acerca de Cristo que se concedió gracia a sus labios, para que supiera hablar palabras al cansado (Isa. 50: 4). Y el Señor nos ordena: "Sea palabra siempre con gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno" (Col. 4: 6)» (El Hogar Cristiano, cap. 71, p. 416). ¿Qué te parece si esta noche pones en práctica una «lluvia de elogios» para así fortalecer las relaciones en tu hogar?
Padre celestial, ayúdame a cuidar las palabras que salen de mi boca, pues sé que tienen poder para destruir, o para construir. Amen.

Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Ina Price, Psicologa.

TU PATRIMONIO PERSONAL

Yo sé en quién he puesto mi confianza. 2 Timoteo 1:12

Piensa por un momento en todas tus pertenencias: la computadora, la cámara fotográfica, el equipo de sonido, el celular, el iPod, tu ropa, tus libros... Si sumaras el valor monetario de todas esos objetos, ¿a cuánto crees que ascendería?
Supongamos que, por alguna razón, perdieras todas esas pertenencias. ¿Sería para ti el fin del mundo? No debería serlo. La verdad es que, por mucho que te doliera, las podrías recuperar todas.
Llevemos ahora las cosas a un plano diferente. Piensa en tus creencias. Lo que crees de Dios, de la vida, de la gente, de la Biblia, de la iglesia; lo que crees que es bueno o malo... Trata de darle valor monetario a todas tus creencias. ¿A cuánto ascendería? La respuesta es: no tienen precio. Y es imposible que lo tengan porque, a fin de cuentas, somos lo que creemos, no lo que tenemos. De ahí la importancia de que vivas a la altura de tus principios porque, a diferencia de tus bienes materiales, que los puedes recuperar en caso de perderlos, perder tus creencias equivale a perderlo todo.
¿Y a qué viene todo esto? Hay una razón poderosa: tus creencias no tienen precio y definen quién eres, pero también cumplen otra importante función: te permiten distinguir lo bueno de lo malo. Por ejemplo, ¿gracias a qué puedes decir que robar es malo? ¿Sobre qué base puedes opinar que es correcto decir la verdad, ser honesto, ayudar al necesitado, ser leal a tus amigos? Es gracias a tus creencias. Te das cuenta de lo importante que es saber en qué crees y por qué lo crees?
Y todavía hay algo más: en el mundo hay gente que está interesada en «venderte» sus creencias, su visión de la vida. Detrás de cada película, de cada anuncio publicitario, de cada libro, de cada discurso, alguien te está vendiendo su visión del mundo. Y esto es así lo quieras o no, porque en esta vida no hay ideas neutras. Las ideas no andan flotando como burbujas. No son huérfanas. Tienen «dueños»: gente que quiere que veas el inundo como ellos lo ven: un mundo sin Dios y en el que el ser humano se encuentra en el trono del universo.
¡Que se olviden! Porque a menos que tú lo permitas, nada ni nadie puede destronar a Dios del trono de tu corazón.
Padre Celestial quiero que seas el centro de mi vida hoy y siempre.

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala

UN LLAMAMIENTO AL ARREPENTIMIENTO

«Así que, arrepentíos y convertíos para que sean borrados vuestros pecados» (Hechos 3: 19)

Si alguna palabra ha desaparecido casi por completo de la predicación y de la vida de muchos creyentes, esa es «arrepentimiento». A muchos no les gusta oírla porque implica que somos responsables de lo que hacemos.
Sin embargo, si hubiéramos estado junto al Jordán, escuchando a Juan el Bautista, nos habríamos dado cuenta de que el suyo era un llamamiento al arrepentimiento. Juan no era el único en llamar al arrepentimiento. Jesús mismo comenzó su ministerio llamando al arrepentimiento. «Desde entonces comenzó Jesús a predicar y a decir: "¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!"» (Mat. 4: 17). Y ahí no acabó el llamamiento. En Pentecostés, después de que el Espíritu Santo descendiera sobre los discípulos, Pedro predicó: «Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hech. 2:38). Tenga en cuenta que el arrepentimiento es condición indispensable para recibir el Espíritu Santo.
Más tarde, al fin de la Edad Media, Dios hizo que un fraile se levantara como líder de la Reforma protestante; ese hombre fue Martín Lutero. Con el fin de pagar la construcción de la basílica de San Pedro en Roma, el papa León X encargó a Johann Tetzel, un sacerdote, que vendiera indulgencias plenarias a la gente. Estas indulgencias concedían al pueblo perdón completo de sus pecados. Cuando, más tarde, los que las habían adquirido acudían a confesarse, presentaban la indulgencia y alegaban que ya no necesitaban arrepentirse de sus pecados. Por esa razón, el 31 de octubre de 1517 Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg, en Alemania. Observe que las tres primeras tesis hablan explícitamente de la cuestión del arrepentimiento:
  1. Nuestro Señor y Maestro, Jesucristo, [...] quiso que toda la vida de los creyentes fuera penitencia.
  2. Esta palabra no puede ser entendida en el sentido de la penitencia sacramental; es decir, la confesión y la satisfacción, que es administrada por los sacerdotes.
  3. Sin embargo, el vocablo no apunta solamente a una penitencia interior; antes bien, una penitencia interna es nula si no obra exteriormente diversas mortificaciones de la carne.

Durante los próximos días aprenderemos más sobre el arrepentimiento. Además de pensar en su significado y su importancia, lo invito a que lo experimente de manera renovada. (Basado en Mateo 4: 19)

Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill