sábado, 26 de noviembre de 2011

MÁS ALLÁ DE ESTE MUNDO

Habrá grandes terremotos y, en diferentes lugares, hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo. (Lucas 21:11)

Ascendió a más de 28,000 la cifra de muertos y desaparecidos por el terremoto de China que tuvo lugar el día 15 de mayo de 2008. Aquel fue un día aciago en la historia de ese gran país, el más poblado del mundo. Más de 25,000 personas sepultadas. La noticia del desastre acaparó la atención de los medios de comunicación del mundo entero. Numerosas ciudades situadas a los alrededores del epicentro del movimiento telúrico quedaron completamente asoladas. Barrios enteros desaparecieron de un día para otro, a pesar de los persistentes esfuerzos de las fuerzas de rescate y de los organismos internacionales.
Ese desastre natural conmovió todos los corazones humanos. Muchos países mostraron sus condolencias a las autoridades chinas. Nosotros, los cristianos, veíamos cómo las profecías una vez más se cumplían mientras el ser humano, inmerso en su supervivencia, no comprende que la vida está a punto de comenzar, y no de terminarse como a veces piensan. Las señales predichas por el Maestro son una muestra de que su venida está mucho más cerca de lo que pensamos. ¿Estás preparada para ese acontecimiento?
Mientras veía las imágenes del horrendo cataclismo, sentía gran dolor por aquellas madres que perdieron a sus hijos y por aquellos hijos que lo perdieron todo. Aquel dolor tan intenso me hizo pensar en el día en que los cielos se enrollarán como un pergamino y los cimientos de la tierra serán conmovidos por el acontecimiento más glorioso y trascendental del universo: la segunda venida de nuestro Salvador. Cuántas lágrimas serán enjugadas entonces, cuántos hijos restituidos a sus madres, cuántas familias arrebatadas por la muerte se encontrarán en un nuevo abrazo.
Sí, la tierra gime, el corazón se quiebra de dolor, la enfermedad gana terreno y la ciencia busca desesperadamente solución para todas las demandas del ser humano. Este mundo parece un caos. Pero no estamos pérdidas, ni tampoco nuestras familias, porque en los brazos de Jesús hay salvación.
Mira más allá del desastre temporal y divisarás la gloria celestial.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

SERVICIO CRISTIANO (PARTE 1)

Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Galatas 5:13.

Luego de que la iglesia cristiana fuera establecida, los apóstoles vieron surgir una necesidad que debían suplir antes de seguir predicando. Siguiendo el ejemplo de Jesús, los primeros cristianos no solo anunciaban el evangelio sino que procuraban ayudar a los desamparados sociales, y en ese aspecto las viudas y los huérfanos eran los más desprotegidos y quienes más ayuda necesitaban.
A estas personas, además de hablarles de Cristo, se las ayudaba diariamente con alimentos para su sustento. Debido a que no todos en la iglesia estaban plenamente convertidos por el Espíritu Santo, cuando se hacía la repartición entre las viudas se favorecía a las viudas judías, descuidando a las viudas griegas. La queja no se hizo esperar, ya que el evangelio promovía la igualdad delante de Dios y entre los hombres (Sant. 2:9), y los apóstoles vieron interrumpida su tarea misionera.
"Entonces los doce convocaron a la multitud de los discípulos, y dijeron: No es justo que nosotros dejemos la Palabra de Dios, para servir a las mesas. Buscad, pues, hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo" (Hech. 6:2, 3). Fue así como surgieron los primeros diáconos: hombres y mujeres dispuestos a servir dentro de la iglesia.
En la actualidad, las tareas del diácono son muy importantes, aunque a veces parezcan simples. Juntar las ofrendas, cambiar una lámpara quemada, acomodar el micrófono, prender y apagar las luces, arreglar un grifo que pierde agua continuamente, son parte de las tareas que se realizan en servicio a la iglesia. Y aunque al realizar un bautismo o una Santa Cena, nadie nombre a los que limpiaron la iglesia, a quienes ordenaron el arreglo floral o quienes movieron el pulpito y las bancas para que la iglesia estuviera presentable para esa ocasión especial, Dios ve esos actos abnegados y para ellos dará su recompensa (Mar. 9:41).
Dios espera que cada cristiano sirva por amor a sus semejantes así como Jesús vivió sirviendo a la humanidad. La iglesia es de todos y para todos, por eso debemos entre todos servirnos unos a otros con el mismo amor con que Jesús nos sirvió.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

EL CRECIMIENTO DE LA FE

Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo [...] por vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis. 2 Tesalonicenses 1:3,4.

La fe no es estática; el crecimiento es la evidencia de la fe auténtica. Y los instrumentos del crecimiento de la fe son, básicamente, dos: la comunión diaria con Jesús y el dolor. Dios permite que pasemos por momentos difíciles, a fin de hacernos crecer. ¿Cómo sabrás tú si confías de verdad en Dios y en sus promesas, si nunca pasaste por el valle del dolor y de las lágrimas? Es en la hora de la dificultad que te das cuenta de hasta qué punto tu fe es un sentimiento o un principio. Es en el fuego que el oro se purifica; es en el dolor del esmeril que el diamante se pule; y es en las lágrimas y las pruebas que la fe del cristiano crece.
La iglesia de Tesalónica fue un ejemplo: en el dolor de la persecución, la fe de los tesalonicenses creció. El problema con los seres humanos es que no nos gusta el dolor; y es correcto que así sea: a fin de cuentas, Dios no nos creo para sufrir; el dolor apareció, en el escenario humano, después de la entrada del pecado.
Pero, ya que el dolor es inevitable, Dios lo toma y lo transforma en un instrumento de crecimiento y de formación. El dolor nos ayuda a desarrollar la fe; en el sufrimiento, ejercitamos la confianza en las promesas divinas, y el ejercicio es fuente de desarrollo.
Por eso, si hoy tienes delante de ti un motivo de dolor, y si el primer pensamiento que acude a tu mente es que Dios no se preocupa por ti, aleja esa idea y empieza a ejercitar la fe. ¿Qué significa esto? Que, aunque no vislumbres solución alguna para el problema que enfrentas, debes creer que ese problema ya está solucionado. Dios siempre sabe lo que es mejor para ti. Puedes no entenderlo ahora, pero confía: el Señor jamás falló con las personas que confiaron en él. "Al que a mí viene, no lo echo fuera", aseguró cierta vez. Y no lo hará contigo.
No salgas de casa sin recordar las palabras de Pablo: "Debemos siempre dar gracias a Dios por vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo..., por vuestra paciencia y fe en todas vuestras persecuciones y tribulaciones que soportáis".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón