miércoles, 23 de noviembre de 2011

UNA POLILLA DERROTADA

En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor. (Romanos 12:11)

Algunos consideran que este texto no debería seguir al anterior, en el que Pablo nos exhortaba a amamos los unos a los otros, porque ¿qué tiene que ver el trabajo con el amor? Pero Dios nunca se equivoca. El trabajo ennoblece y forja a la persona para nobles propósitos, mientras que, como decía Quevedo, «la ociosidad es polilla de todas las virtudes y feria de todos los vicios».
Después de la creación, Dios encomendó al ser humano que trabajara la tierra, porque consideró de vital importancia para él que no estuviera ocioso, de manera que su carácter pudiera desarrollarse con equilibrio y que sus afectos fueran puros. El consejo del apóstol resulta muy beneficioso para nosotros hoy: la pereza no es amiga del amor noble, mientras que las actividades espirituales proporcionan un oxígeno vital para nuestros pulmones.
Como madres a veces pensamos que librar a nuestros hijos del trabajo proporcionándoles toda clase de comodidades de acuerdo con nuestros recursos es la mejor forma que tenemos de mostrarles nuestro amor. Cuando era pequeña me diagnosticaron un soplo cardíaco, lo que alarmó a mi abuela, quien sacó la siguiente conclusión: «La niña no puede hacer ningún trabajo». Mi mamá había sido criada con mucha holgura económica y contaba con criadas para que hicieran los trabajos duros de la casa, mientras ella se dedicaba a bordar, tejer, ir a eventos sociales o estudiar. Cuando por las circunstancias se vio obligada a cambiar su estilo de vida, se vio forzada a desempeñar una función para la cual no estaba preparada. Sufrió mucho, así que le prometió a ese Dios que la había ayudado tanto, que el día que ella tuviera una hija, le enseñaría a trabajar y a valerse por sí misma.
Las palabras de mi abuela surtieron el efecto contrario. Hoy estoy profundamente agradecida a mi madre porque me enseñó el valor del trabajo, gracias al cual he podido ser útil a los demás y labrarme mi propio futuro.
Destruye con la ayuda divina la polilla de la pereza.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

ACEPTACIÓN DE JESÚS Y UNIÓN A SU IGLESIA

Pedro les dijo: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. Hechos 2:38.

Cuando conocí a Alejandra nunca pensé que se bautizaría. Era una joven simpática, algo extrovertida, que vivía de una manera mundana porque no conocía otra cosa. Comenzó a estudiar la Biblia por indicación de su madre, y poco a poco comenzó a identificarse con las creencias adventistas. Al asistir a un bautismo como visita, pasó al llamado que el pastor realizó desde el frente, mostrando así su deseo de bautizarse.
En su hogar me preguntó: "Pastor, ¿qué debo hacer para bautizarme?" Le expliqué que estaba siguiendo los pasos correctos al estudiar la Biblia sistemáticamente; pero tenía un gran obstáculo: el cigarrillo. "Necesitas abandonar ese vicio para que te bautices e ingreses a la iglesia". Quedó pensativa, pero no me dio respuesta. Días más tarde, mientras estaba dando una semana de cosecha en la iglesia de esa localidad, al término de una reunión me dijo: "Pastor, hace doce días que no fumo y no lo voy a hacer más. ¿Me puedo bautizar el sábado?" Yo no puedo expresar totalmente la alegría que sentí en ese momento al ver la obra maravillosa que el Espíritu Santo había realizado. Al finalizar ese año, Alejandra dio muestra pública de aceptar a Cristo como su Salvador y llegó a ser parte de nuestra iglesia.
El bautismo bíblico es necesario para la salvación (Mar. 16:16), porque a través de este rito sagrado la persona da testimonio de haber aceptado a Jesús como el Salvador de su vida y también recibe el perdón de sus pecados. Muchas personas piensan que no tiene importancia pertenecer a una iglesia, que si son "buenas" entonces Dios les dará igualmente la salvación. Pero las Escrituras difieren enormemente de esa manera de pensar. Cuando los hombres de Israel se sintieron lejos de Dios y culpables de la sangre de Cristo, preguntaron: "Varones hermanos, ¿qué haremos?" Pedro, con absoluta seguridad, les respondió: "Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados". El resultado: "Los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas" (Hech. 2:37, 38, 41).
Quienes se bautizan reciben el perdón de sus pecados (porque aceptaron a Cristo como Señor de sus vidas) y sus nombres son añadidos a la iglesia remanente. Y tú, ¿ya diste este gran paso para tu salvación? Si no es así, no dejes pasar el tiempo. Decide hoy mismo entregarte a Cristo.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

EN EL MUNDO

No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. Juan 17:15.

Para que la vida sea completa, no basta que tenga un aspecto físico y otro espiritual; necesita, también, de una dimensión social. El ser humano no fue creado para vivir en soledad. En el Jardín, Dios creó una compañera para el hombre: "No es bueno que el hombre esté solo", dijo Dios. Y la vida probó que realmente no es bueno: las personas que se aíslan y viven solas viven menos, y con menor motivación.
La dimensión social del cristiano abarca su vida familiar, su relación con los amigos, con la comunidad en la que vive y trabaja, y con la comunidad en la que alaba a Dios. A esta última, la llamamos iglesia.
A fin de que el ser humano sea plenamente feliz, sus relaciones humanas necesitan ser saludables, gratificantes y constructivas. Pero, desde la entrada del pecado, las relaciones humanas se deterioraron. Recuerda que el primer problema de relación entre Adán y Eva surgió luego del pecado: empezaron a atacarse, a acusarse y a justificarse; algún tiempo después, Caín mató a su hermano Abel, y ahí empezó el desfile de desencuentros y luchas.
¿Qué hacer para volver a tener relaciones sociales saludables? Lo primero que el ser humano necesita, con el fin de vivir en paz con los demás, es tener paz en el corazón. Y esa paz es el resultado de la reconciliación con Jesús. ¿Cómo sucede eso? Simple: reconoce que estás lejos de Dios, y dile que deseas regresar a sus brazos. En ese momento, Dios envía todos sus ejércitos celestiales, para traerte de regreso.
Pero, ahí no termina todo; necesitas, también, de la iglesia. ¿Para qué? Para crecer. Conviviendo con los otros cristianos, puedes crecer y permanecer hasta el fin. Es allí donde conviven los reconciliados con Cristo. La iglesia no es una comunidad de gente perfecta, sino de personas que están andando la vida cristiana, y son conscientes de que les falta mucho terreno por recorrer. En ese andar, deben aprender a perdonarse, a aceptarse y a comprenderse los unos a los otros; deben desarrollar la paciencia, y la capacidad de no juzgarse entre sí.
Pero, al concurrir a la iglesia, los cristianos corren un peligro: apartarse de las personas que no comulgan con su fe; aislarse de los "mundanos".
El plan divino no es que los cristianos vivan en aislamiento, por eso, y para tener vida plena, es necesaria una misión. Para cumplirla, debemos cultivar una amistad sincera con las personas que no son de nuestra fe.
Haz de este día un día de amistad con las personas. Muéstrales a Jesús en tu vida, porque el Señor oró, al Padre: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón