jueves, 18 de agosto de 2011

PROSPERIDAD

Amado, yo deseo que tú seas prosperado en todas las cosas y que tengas salud, así como prospera tu alma (3 Juan 1:2)

La prosperidad es algo que todos deseamos y buscamos. ¿A quién no le gusta vivir holgadamente sin tener que enfrentar la escasez de recursos económicos, el hambre o la enfermedad? Muy a pesar de este anhelo, los hospitales, orfanatos, centros de atención pública y otras instituciones están abarrotados de personas que no han podido hacer realidad su tan anhelado sueño.
El apóstol Pablo profiere una bendición sobre su discípulo, a la vez que intenta hacerle entender que su prosperidad en todos los ámbitos de la vida está sujeta a su decisión de buscar la prosperidad del alma, Y es que, ciertamente, cuando prosperamos espiritualmente, las demás cosas vienen por añadidura. Ese es el verdadero secreto de la prosperidad.
Muchas personas buscan el bienestar en el mundo de los negocios, o en la amplia rama del conocimiento. Otros procuran conservar su salud o acuden habitualmente a centros de belleza. Iodos esos caminos parecen llevar a una encrucijada, pues la voluntad humana se ve limitada ante la ruleta de la vida. Eminentes científicos, doctores e investigadores enfrentan la enfermedad e incluso la muerte sintiéndose totalmente indefensos. El diestro en los negocios sucumbe ante un cambio brusco de las tendencias económicas. La belleza va desapareciendo con el paso de los años. Finalmente nos encontraremos todos en un mismo punto, en el que solo quedará aguardar la partida hacia el cielo, o el fin definitivo.
Un joven estudiante se acercó un día a su profesor para compartir sus aspiraciones y sueños académicos. El sabio maestro lo escuchó, y lo felicitó al final por tan nobles aspiraciones, pero agregó: «Hijo, después de que logres lodo eso, ¿qué harás?». El muchacho no pudo contestar. Nunca había pensado en un futuro tan lejano y a la vez tan cercano. Ese día había aprendido una lección fundamental.
Tu prosperidad material, intelectual, emocional, afectiva y física depende de cuan vehementemente busques la prosperidad espiritual. Ese es el punto de partida. Buscar dicha y prosperidad con humildad le proporcionará una recreación saludable y duradera, la cual hará tu vida en esta tierra mejor y de mayor calidad.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

UN PACTO QUEBRANTADO

Entonces José, a quien los apóstoles pusieron por sobrenombre Bernabé (que traducido es, Hijo de consolación), levita, natural de Chipre, como tenía una heredad, la vendió y trajo el precio y lo puso a los pies de los apóstoles. Hechos 4:36, 37.

La iglesia cristiana estaba naciendo y necesitaba los recursos económicos de todos sus feligreses para la expansión del evangelio. Los apóstoles hicieron llamados fervientes con el propósito de que cada cristiano se comprometiera y le entregara a Dios parte de sus recursos.
Bernabé, uno de esos cristianos sinceros, se sintió llamado a vender la propiedad que poseía, y luego trajo el dinero y lo entregó en manos de los dirigentes eclesiásticos. Todo el resto de la hermandad alabó grandemente este hecho de desprendimiento y generosidad, y muchos otros se sintieron llamados a imitarlo.
Entre ellos estuvieron Ananías y Safira. Ellos eran una pareja casada que se había bautizado y formaba parte de esa iglesia naciente, y como también querían colaborar, le prometieron a Dios vender una heredad y traer el dinero a los apóstoles. Una vez que lo hicieron, notaron que habían recibido mucho más dinero del que esperaban, y poniéndose de acuerdo, sustrajeron del precio.
Ananías llegó ante los apóstoles y fingió traer el total de lo prometido. Entonces Pedro le dijo: "Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo?" (Hech. 5:3). Dios había revelado a los apóstoles el engaño que había planeado este matrimonio, y la sentencia divina no tardó en llegar. Ambos murieron de forma dramática.
El ejemplo de lo narrado en Hechos capítulo 5 es una amonestación para los cristianos de todos los tiempos. Las promesas a Dios tienen la misma seriedad que las hechas a los seres humanos. Aunque a Dios no se lo pueda ver, aunque no haya una confirmación audible de que escuchó la promesa, quien promete y no cumple está pecando contra su vida. En este aspecto, el sabio Salomón advierte: "Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes" (Ecles. 5:4).
Si Dios cumple sus promesas contigo, no tardes en cumplir tus promesas para con él. El resultado será una gran bendición.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

COMPASIÓN DIVINA

Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos. Mateo 14:14.

¿Alguna vez te has preguntado cómo el Señor Jesús podría entender tu sufrimiento humano, si él es un ser divino? El texto de hoy habla de la compasión divina. Jesús se compadeció de la multitud aquella mañana, en Capernaum, y se compadece también de ti, hoy. Pero, esa compasión no es pena. Jesús no siente pena de ti: la "compasión" mencionada aquí es, más bien, empatía; la capacidad de entender el drama del ser humano. La palabra, en el original griego, es splagnizomai, que literalmente significa "mover el contenido de una olla". Esto es, los sentimientos de Jesús fueron movidos como por un remolino, al observar el dolor de los hombres.
Jesús tiene la capacidad de entender tu dolor, porque un día se hizo hombre. No se disfrazó de ser humano: se volvió semejante a nosotros. Cargó, en su cuerpo, la naturaleza física deteriorada por cuatro mil años de pecado; sintió dolor, hambre, frío, sed y calor. Fue rechazado, traicionado, despreciado y, al fin, muerto injustamente. ¿Por qué no podría, entonces, entender el dolor que sientes en este momento, porque alguien te traicionó? ¿Por qué piensas que se mantendría indiferente al sufrimiento que se apodera de tu corazón cada vez que te menosprecian?
Me emociono cada vez que pienso en el amor maravilloso de Jesús por mí. Nada soy; nada merezco. Y, sin embargo, él es capaz de entender las acritudes de mi corazón, y de extenderme la mano cada vez que me siento solo.
El problema es que, a fin de estar seguro de su amor, incluso en las horas de tristeza, necesitas conocerlo. Y no es posible conocer a alguien con quien no convives. ¡Convivir con Jesús! Esa es la clave de una vida feliz, aun en medio de las tormentas.
¿Cómo se convive con Jesús? Separando todos los días tiempo para meditar en su amor, como lo estás haciendo hoy. Ora, lee la Biblia, gasta tiempo meditando en su vida y en su amor. Y, al terminar esos momentos a solas con Jesús, verás que, aunque tu cielo parezca oscuro, el Señor colocará en tu corazón una fuerza capaz de andar por encima del mar, o de pisar las espinas que encuentres en tu camino.
Haz de este un día de confianza en Jesús. Deposita sobre sus hombros las tristezas de tu corazón, no tus responsabilidades. Después de haberlo hecho, parte para enfrentar los desafíos de un nuevo día, recordando que, un día, "saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón