lunes, 11 de julio de 2011

UN CANTO DE VICTORIA

Entonces Moisés y los hijos de Israel entonaron este, cántico a Jehová. (Éxodo 15:1)

El cruce del Mar Rojo nunca deja de impresionarnos. Las aguas divididas en dos murallas inexpugnables, mostrando cuanta maravilla existe bajo el mar, hacían el cortejo al pueblo que acababa de ser libertado de las cadenas de la esclavitud. Hasta hacía poco sufrían el látigo opresor, ahora eran libres gracias al todopoderoso Dios, y en presencia de sus adversarios.
El cántico que entonaron los israelitas fue el resultado de aquella experiencia personal «Cantaré yo a Jehová, porque se ha cubierto de gloria» (Éxo. 15: 1), comenzaba este cántico que atesoraba el hecho histórico como legado a todas las generaciones. La Biblia dice que las mujeres se unieron en la alabanza.
En ocasiones pasamos por momentos difíciles en que nos sentimos rodeadas por murallas gigantescas. El mundo pone ante nosotras su aparente belleza, pero tras ella vemos un «faraón» que desea destruimos. En esos momentos difíciles en que nos sentimos entre la espada y la pared, Dios nos ordena avanzar hacia ese mar aterrador ante, el cual solo por fe podemos dar el primer paso.
Una vez has entrado al mar, no te detengas a contemplar los pececillos que nadan a tu alrededor. Al pueblo de Israel se le ordeno que marchara mirando hacia adelante, no que se detuviera a investigar lo que estaba ocurriendo. Ante la prueba, Dios te da la salida, pero no para que juegues con ella, sino para que salgas lo más pronto posible de la prueba.
No temas obedecer el mandato divino. Aunque el enemigo esté detrás, desafiante y vengativo, tienes un Dios que abre el Mar Rojo delante de ti. Tú puedes también elevar una canción de gratitud, un himno de victoria, porque con la ayuda divina, tu Mar Rojo se convertirá en un sendero seco que te llevará salva y segura hasta la patria celestial. Canta tu propia experiencia. Escríbela en una libreta o en un diario, y te darás cuenta de que aquel que ha estado contigo en el pasado y en el presente, también estará contigo hasta el fin del mundo.
Cuando recuerdas lo que Cristo lia hecho y hace por ti, tu corazón canta.

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

ALIMENTACIÓN SALUDABLE

Se levantó, pues, y comió y bebió; y fortalecido con aquella comida caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta Horeb, el monte de Dios. 1 Reyes 19:8.

¿Cuáles son tus comidas preferidas? ¿Consumes solo aquellos alimentos e te agradan, o también ingieres los que no te gustan tanto, pero que son saludables? ¿Pensaste alguna vez que tu alimentación y tu vida espiritual están íntimamente relacionadas?
Cuando Dios escogió al pueblo de Israel como depositario de la verdad y como comunidad que habría de esperar la llegada del Mesías, los preparó para estar a la vanguardia de los pueblos de la tierra. Antes de poseer la tierra prometida, ellos recibieron un código moral y ético que es referencia hasta el día de hoy; además recibieron instrucciones financieras, normas para atender a los enfermos y consejos acerca de qué alimentos consumir para preservar la salud. Ningún otro pueblo de la tierra tuvo este privilegio.
Si bien nos manejamos en una sociedad que tiene el apetito pervertido y que prefiere "curar" antes que prevenir, los cristianos no podemos caer en semejante pecado. Es un privilegio poseer buena salud; y cuidarla es una responsabilidad ante nosotros mismos y ante Dios. El exceso de alimentos con alto contenido graso y de azúcares deteriora el sistema digestivo, y a la larga afecta a todo el cuerpo. La enfermedad no es solo producto del sedentarismo y del estrés, sino también de la mala calidad de los alimentos consumidos. Por eso, la alimentación basada en verduras, frutas, hortalizas y legumbres, te ayudarán a nutrir y purificar todo tu organismo.
La Biblia no hace una larga descripción de los alimentos que consumió Elías antes de partir a Horeb, solo nos menciona que Dios se los proveyó, y que "fortalecido con aquella comida, caminó cuarenta días y cuarenta noches". ¡Imagínate cuánto rendiríamos en un partido de fútbol si siguiéramos el consejo divino! ¡Podríamos jugar varios partidos sin parar y sin que se afecte nuestra habilidad!
Nuestro Padre celestial nos ha enviado instrucción especial en este tiempo respecto de cómo alimentarnos sanamente. Nuestro deber es seguir su consejo, como lo hizo Elías.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

NO ME ACORDARÉ

Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados. Isaías 43:25.

Aquella tarde, mientras el sol se ocultaba, se iba también la vida del conde de Polignac: había traicionado al emperador Napoleón, a pesar de los muchos favores que había recibido del temido conquistador; la cabeza del traidor estaba destinada a la horca. La prueba de su traición era una carta, en la cual el conde se comprometía en un complot político.
Desesperada e intentando salvar la vida de su esposo, la señora Polignac solicitó una audiencia con el Emperador. Envuelta en lágrimas, alegó que las acusaciones en contra de su esposo eran falsas.
-¿Conoces la firma de tu marido? -le preguntó el soberano.
Y, sacando la carta de su bolsillo, la puso ante los ojos de la señora. La mujer palideció, y cayó desmayada.
Al recuperarse, la desesperada mujer cayó a los pies del Emperador y pidió perdón. La historia narra que Napoleón, compadecido, le entregó la carta diciendo:
-Tómala. Es la única evidencia legal que existe en contra de tu marido. Hay un fuego aquí, al lado: quémala. No habiendo pruebas, no habrá culpa.
La señora tomó aquella prueba de culpabilidad y la entregó a las llamas. La vida de Polignac y su honor estaban a salvo, fuera del alcance de la justicia.
Eso es lo que hizo el Señor con nuestros pecados. Tomó nuestras rebeliones y pagó nuestra deuda. Y afirma que lo hizo por su propio nombre. ¿Por qué? Porque el enemigo lo acusó de ser un Dios abusivo y dictador, incapaz de perdonar. Pero, con su muerte en la cruz, Jesús limpió la afrenta a su nombre, y mostró delante del universo que él podía respetar el principio de su ley quebrantada y, al mismo tiempo, perdonar al pecador.
El perdón que Jesús ofrece no es simplemente una declaración que nos libera de la culpa sino un sacrificio sustitutivo, mediante el cual la deuda queda completamente paga. Nada se debe a la justicia: la misericordia pagó el precio. Es por eso que, en la cruz, la misericordia y la justicia se besaron.
Sal hoy, depositando tu confianza en ese amor maravilloso de Jesús. Y recuerda su promesa: "Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón