jueves, 16 de junio de 2011

HUELLAS EN EL BARRO

Como el barro en manos del alfarero, así sois vosotros en mis manos, casa de Israel. (Jeremías 18:6)
Se cuenta que el rey Jorge V de Inglaterra fue a visitar una fábrica de cerámica. El propietario le mostró todo el proceso de fabricación, partiendo de la materia prima, que es el barro. Cuando vio unas piezas preparadas para ser horneadas, el rey tocó con sus dedos un plato, con la suficiente fuerza como para dejar, sin darse cuenta, sus huellas en el barro todavía húmedo. El propietario de la fábrica se dio cuenta de lo sucedido, pero no dijo nada.
Cuando el monarca se marchó, el propietario rápidamente recogió la pieza de barro donde habían quedado plasmadas las huellas reales y la metió en el horno con un cuidado especial. Una vez terminada, la exhibió, diciendo que tenía un valor excepcional porque contenía las huellas del rey.
El texto de hoy nos dice que tú y yo somos vasijas de barro en las manos del alfarero divino. Pero, a diferencia del rey Jorge V, Cristo se tomó su tiempo para darnos la mejor forma y regalarnos el soplo de vida. ¿Has pensado que si no hubiera sido así, tú no serias tú, sino alguien diferente? Pero él dejó sus huellas en ti, te hizo especial, te hizo por amor. No importa cuán degradada sea tu condición tísica, moral, intelectual o espiritual. Las huellas del Creador aún están en ti. ¿Las exhibes como algo grandioso y especial?
Así como Dios ha dejado su huella en tu vida, tú también dejas las tuyas en las vidas de otras personas. ¿Qué clase de huellas estás dejando? Cuando otros se acercan a ti, ¿qué marcas quedan en sus caracteres? No dejes huellas imprecisas que solo produzcan confusión.
Hoy te invito a que revises las huellas que vas dejando en tu caminar. ¿Conducen al pesebre de Belén? ¿Apuntan al Calvario donde se encuentra la salvación gratuita? ¿Señalan el camino hacia la eternidad? Es imposible caminar sin dejar huellas.
«Señor, que mis pisadas sean siempre como tus huellas: un sendero que otros puedan seguir para llegar al Padre».

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

ARROGANCIA

Así aconteció que en el día de la batalla no se halló espada ni lanza en mano de ninguno del pueblo que estaba con Saúl y con Jonatán, excepto Saúl y Jonatán su hijo, que las tenían. 1 Samuel 13:22.

Saúl fue el primer rey de Israel. Este joven reunía las características necesarias para ocupar un lugar importante en las Escrituras. Cuando fue llamado al trono, Saúl era "joven y hermoso. Entre los hijos de Israel no había otro más hermoso que él; de hombros arriba sobrepasaba a cualquiera del pueblo" (1 Sam. 9:2). ¡Qué descripción! Joven, bien parecido, y alto. En nuestros días podría decirse que Saúl era un galán.
Después de aceptar el llamamiento divino, Saúl se puso al frente de todo Israel para liberarlo del yugo de las naciones vecinas. Convocó a los israelitas mayores de veinte años para que formaran parte de su ejército, e "hizo guerra a todos sus enemigos en derredor: contra Moab, contra los hijos de Amón, contra Edom, contra los reyes de Soba, y contra los filisteos; y adondequiera que se volvía, era vencedor" (1 Sam. 14:47).
Otra característica notable de los comienzos de su reinado es que su ejército no tenía lanza ni espada, "excepto Saúl y Jonatán su hijo, que las tenían". ¿Te imaginas cómo habrán mirado las mujeres israelitas a ese joven, buen mozo, alto, que se paseaba con una espada en la cintura? ¿Qué habrá sentido Saúl cuando los niños se decían: "mira qué espada lleva el rey"? ¿Qué habrá sentido cuando de cada batalla regresaba victorioso y entre aclamaciones?
Pero la vanidad y el orgullo llegaron a ocupar el primer lugar en su vida, y todos los honores que debían haber sido para Dios, Saúl se los adjudicó. Desobedeció el mandato divino con audacia inaudita, y a partir de entonces perdió el trono y su linaje fue rechazado. Saúl demostró que el Dios que lo había puesto en el trono no tenía más importancia que alguno de sus súbditos.
Es paradójico, pero esa espada, símbolo de la arrogancia de Saúl, fue el instrumento que usó para quitarse la vida.
La humildad, la modestia y la sumisión a Dios deben formar parte del carácter de quien desea triunfar en la vida. Ningún aplauso, ningún título académico, ninguna distinción debiera llevar al que lo posee a abrigar el pecado de la arrogancia gestado en el corazón de Lucifer. Por eso, cuando Dios te conceda progresos en tu vida académica, profesional, familiar o espiritual, procura reconocerlo. Si así lo haces, el éxito será una constante en tu vida.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel

¿CUÁL ES EL CAMINO?

Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Juan 14:5.
La preocupación del ser humano siempre es encontrar el camino que lo lleve a la felicidad. En cierta ocasión, Tomás pidió a Jesús: "Señor, muéstranos el camino". Y la respuesta del Maestro fue: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Jesús es el Camino y la Verdad. No existe nada más concreto y absoluto que Jesús. Desdichadamente, vivimos en días en que la verdad, para los seres humanos, se ha vuelto relativa. El pluralismo y el relativismo son dos filosofías que están impregnadas en todo. El pluralismo enseña que, desde el momento que no existe un solo ser humano, es lógico que no pueda haber solo un concepto correcto. Pluralismo proviene de ahí, de la palabra plural, "muchos".
Consecuentemente, nace el relativismo porque, si existen muchas maneras de pensar, no puede existir una sola verdad, sino muchas. Por tanto, la verdad es relativa; mejor dicho, depende de lo que cada uno quiera pensar.
Pero, cuando Jesús afirmó que él es la verdad, estaba yendo en contra del pluralismo y del relativismo. La verdad, desde el punto de vista bíblico, es absoluta y está basada en la Palabra de Dios. Jesús lo dijo en su oración sacerdotal: "Santifícalos en tu verdad, tu Palabra es la verdad".
Pero, al final de cuentas, la verdad ¿es Jesús o es la Palabra de Dios? ¡Ambos! Jesús es el Verbo, la Palabra de Dios que se hizo carne y vino a habitar entre nosotros. En Jesús, la palabra no era solo teoría: él era la Palabra hecha carne y vivida.
Esto sacude la idea de que la vida cristiana consiste solo en vivir en comunión teórica con Jesús, o que el cristianismo fervoroso se limita a hacer una declaración romántica de amor a Jesús y cantarle, lleno de emoción. Todo eso es bueno, pero la vida cristiana es más que solo eso: es vivir los principios de la Palabra de Dios.
Disponte a vivir los principios bíblicos, aunque las personas se burlen de tus convicciones o piensen que vives en la Edad de Piedra. Deposita tu confianza en Jesús; acepta las enseñanzas de su Palabra, y no digas, como Tomás: "Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?"

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón