sábado, 5 de febrero de 2011

SIEMBRA SEMILLAS DE BONDAD

«El fruto de la luz consiste en toda bondad», Efesios 5:9.

Si existieran semillas de bondad y las sembraras, ¿qué crees que cosecharías? Bondad, obviamente. Eso le sucedió al famoso pianista polaco Ignacy Paderewski hace muchos años.

Dos muchachos deseaban estudiar en la Universidad de Stanford, pero como no tenían suficientes recursos, se les ocurrió una gran idea: ¿Por qué no pedirle a Paderewski que diera un concierto en beneficio de ellos? Claro, le darían una parte de las ganancias, y el resto lo usarían para costear sus estudios. Platicaron el asunto con el representante del pianista y le pareció bien, pero con la condición de que le garantizaran dos mil dólares. Los dos muchachos hicieron todo lo posible para promover el concierto, pero lamentablemente no asistieron tantas personas como esperaban. Solamente pudieron recaudar mil seiscientos dólares. Después del concierto buscaron al artista, le comunicaron los resultados y entregaron el dinero, además de un vale con el que se comprometían lo más pronto posible a pagarle los cuatrocientos dólares restantes. Pero Paderewski, consciente del motivo por el que habían solicitado su ayuda, no recibió el dinero y rompió el vale. Les dijo que usaran el dinero para estudiar.
Pasó el tiempo y Paderewski llegó a ser primer ministro de Polonia. Después de la Primera Guerra Mundial, el hambre asolaba al país. Solamente una persona pudo ayudar: Herbert Hoover, jefe de la Administración de Alimentos de los Estados Unidos.
Paderewski hizo una cita en París para conocer a Hoover y agradecerle tan bondadoso gesto. «No necesita agradecerme —comentó el funcionario americano-. Yo debo agradecerle, primer ministro Paderewski. Hay algo que quizás usted olvidó hace tiempo, ¡pero yo lo recordaré para siempre! Cuando usted estaba en América, ayudó a dos estudiantes universitarios pobres. ¡Yo era uno de ellos!»

Tomado de meditaciones matinales para menores
Conéctate con Jesús
Por Noemí Gil Gálvez

CUANDO EL AMOR SE TAMBALEA - PARTE 2

¡Siembren para ustedes justicia! ¡Cosechen el fruto del amor! (Oseas 10:12)

Aquella noche ya no pude volver a conciliar el sueño. Mi corazón luchaba dentro de mí por descubrir si era verdad lo que aquellas personas me habían dicho, o si se había tratado de una farsa. La imagen de aquellos pequeños descalzos y hambrientos permanecía como una película fija ante mi retina.
Varios días después, alguien me contó que habían detenido a un hombre que obligaba a su familia a salir de noche a saquear las casas de las personas que, conmovidas por su necesidad, abrían la puerta de su vivienda para ayudarlos.
Por un momento pensé que había obrado mal al no haber hecho nada por denunciar aquella fechoría, pero inmediatamente sentí una paz inalterable al saber que aquellos niños habían llevado un bocado de pan a sus estómagos antes de acostarse y que unos pies descalzos habían encontrado abrigo en aquel par de sandalias.
Con toda seguridad vendrán a tu mente vivencias similares, porque en nuestro día a día estamos continuamente expuestos a ellas. Muchas veces tenemos que debatirnos entre lo que Dios nos pide y nuestro impulso humano. Ante una injusticia como la que a mí me tocó ver, nuestro corazón tiende a cerrarse y a juzgar en el futuro demasiado severamente cada acción, deseando que el peso de la ley caiga sin piedad sobre los que cometen delitos. Sin embargo, Dios nos exhorta a cosechar el fruto del amor. No es la justicia humana la que debemos demandar en tales casos, sino el amor con que esa justicia es impartida por Dios.
¿No te parece que aunque la maldad sea mucha, tu misión es aminorar sus efectos? No dejes que el amor que Dios ha puesto en ti sea empañado por la maldad. Al enfrentar lo que pueda aparecer ante tu puerta en este, día, asegúrate de que tu amor esté cobijado bajo el fuego abrasador del amor divino. Entonces no tendrás problemas con el frío, porque Dios será tu abrigo, él te mantendrá bajo los rayos de su amor. Brinda un amor sin medida, Dios hará lo demás.
«Las muchas aguas no podrán apagar el amor» (Cant. 8: 7).

Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera

LO AMÓ COMO A SÍ MISMO

Aconteció que cuando él hubo acabado de hablar con Saúl, el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo.1 Samuel 18:1.

Una de las amistades más estrechas en la Biblia fue la protagonizada por David y Jonatán. En base a las condiciones relatadas, lo más natural es que Jonatán jamás hubiese sido amigo de David. Sin embargo, por ser un hombre espiritual, Jonatán supo ver en David una persona especial, y llegó a amarlo "como a sí mismo".
David era muy joven, pero sus hazañas comenzaban a mostrar la valentía que lo acompañaría toda su vida. Todo el campamento de Israel había temblado por el desafío que lanzara Goliat durante cuarenta días, y entre ellos, también Saúl y su hijo Jonatán se habían visto en grandes aprietos, ya que como líderes de los ejércitos de Israel deberían haber hecho frente al provocador.
Este humilde pastor de ovejas que había sido enviado por su padre para verificar en qué situación se encontraban sus hermanos, se asombró que nadie hiciera frente al gigante, y recordando la protección de Dios en sus enfrentamientos con leones y osos, creyó que también obtendría la victoria sobre el filisteo. Después de alentar a los soldados y al propio rey, David encaró a Goliat con una honda y cinco piedras y logró la victoria que todos deseaban.
Tras presenciar la proeza lograda por el valiente joven, Saúl rápidamente se dio cuenta de que desperdiciaba a un gran hombre si permitía que David volviera tras las ovejas de su padre, así que lo hizo llamar y después de conversar con él "lo puso sobre gente de guerra" (1 Sam. 18:5).
El príncipe Jonatán, después de escuchar la conversación que su padre tuviera con el flamante héroe, sintió una admiración especial por David y "lo amó... como a sí mismo". Como muestras de su amistad le regaló al humilde pastor "el manto que llevaba... otras ropas suyas, hasta su espada, su arco y su talabarte" (vers. 4).
El Señor Jesús nos dijo que los cristianos debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Mat. 22:39), y me pregunto: ¿será que el Señor recordó esta amistad cuando expresó este mandamiento del que depende "toda la ley y los profetas" (vers. 40)? No lo sabemos, pero la amistad que Jonatán y David cultivaron es un gran ejemplo y un tremendo desafío para nosotros. Por eso, vayamos a la fuente de amor del universo, a nuestro buen Dios, para que ese amor nos inunde por completo y lleguemos a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuela

LIMPIO CORAZÓN

Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Mateo 5:8.

Eugenio cerró el libro que leía, una novela de crimen, sexo y sangre. Se levantó del sofá, frente a la hoguera, se dirigió hacia la ventana y la abrió, para ver qué era lo que sucedía allá afuera. El perro ladraba con insistencia.
Su rostro, caliente por el ardor intenso de los leños, sintió el aire helado de la noche de invierno. Llamó a su perro, un pastor alemán. El animal se acercó al amo y volvió, ladrando, hacia el pequeño bosque del lado.
-¿Quién anda ahí?
El grito de Eugenio quebró el silencio de la noche. La única respuesta que obtuvo fue un fuerte gruñido del perro, que corría, enloquecido, acercándose al bosque.
Eugenio quedó por un momento estático, pensando qué hacer. Sus ojos reflejaban miedo. Había oído tantas historias de asaltos; y él estaba solo aquella noche. Quiso, entonces, pensar en Dios, pero su mente, contaminada por la historia que estaba leyendo, solo daba lugar al miedo; y su corazón temblaba. Involuntariamente, empezó a ver las escenas de violencia relatadas en la novela, y se sintió más solo y desamparado que nunca.
¿Qué tiene que ver esta historia con el versículo de hoy? El texto habla de un corazón puro. Jesús dijo, en el Sermón del Monte, que los que tienen el corazón puro son felices. Eugenio no tenía el corazón puro en aquel momento. Acababa de colocar basura en su mente. Sus temores, aquella noche, no provenían del bosque ni del ladrido desesperado de su perro, sino de su mente y de las escenas de horror y sangre que acababa de colocar en ella. Su corazón estaba contaminado, y él no podía ver a Dios cuando más lo necesitaba.
La palabra "puro", en el original griego, es kataros, que significa, entre otras cosas, "que no tiene mezcla". Como el aceite, que no contiene agua.
¿Qué sucede si colocas en tu mente cosas buenas y cosas malas, al mismo tiempo? Tu mente deja de ser kataros; se vuelve agua envenenada. Entonces, al llegar el momento difícil, el agua no calma tu sed; está contaminada y puede provocarte la muerte. Jesús desea lo mejor para ti. Quiere que seas feliz y camines diariamente sin temor. Por eso, te aconseja que no contamines la fuente de tu corazón.
Sal de casa hoy, dispuesto a colocar solo cosas buenas en tu mente. No lo olvides: "Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios".

Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón