viernes, 26 de marzo de 2010

COMIENZA TU DÍA EN LA TARDE

Mañana, tarde y noche clamo angustiado, y él me escucha. Salmos 55:17.

¿Cuándo comienza tu día? ¿En la tarde? Sin duda te has dado cuenta que la industria del entretenimiento, se consolida precisamente en los horarios vespertinos, especialmente cuando comienza la noche. Es «la hora pico» para la televisión. Después de un día de ocupaciones llegamos a casa y somos espectadores de noticieros nacionales, internacionales, deportivos, de los espectáculos; somos seducidos por los encuentros deportivos que tienen una programación anual verdaderamente cautivante; nos embelesamos con ciclos cuidadosamente planeados en las temporadas anuales de los diferentes deportes y encuentros mundiales en alguna época del año. ¡Cada año!
Esos son los hechos. ¿Alguna vez has pensado que formas parte de esta gran guerra cósmica entre el bien y el mal que se lleva a cabo en todo el universo pero concretamente en el escenario de nuestro mundo? ¿Has imaginado que es una lucha para capturar nuestro tiempo, atención y pensamientos? La vida nocturna se ha incrementado de modo que, si nos descuidamos, nos vamos a la cama a altas horas de la noche, sin haber dedicado tiempo a la reflexión y a la comunión con Dios. Te voy a hacer una propuesta: Comienza tu día al atardecer. Busca un tiempo especial para reflexionar acerca de las actividades de tu día de clases o trabajo. Tendrás sin duda muchas cosas que agradecer a Dios, y también muchas perplejidades que comunicarle para que te ayude a considerarlas dentro del plan y su voluntad para tu vida. Podrás, asimismo, acercarte con corazón contrito para buscar su perdón.
Entonces considera la «agenda» de responsabilidades para cuando termine la noche y amanezca y te introduzcas otra vez en el remolino de actividades, viajes, y tareas pendientes. Te pondrás en paz con Dios, pondrás en sus manos tus cargas y podrás dormir confiado. Cuando amanezca, como dice el texto de hoy, «de mañana», podrás dedicarte a Dios de acuerdo con la agenda considerada con él y salir a cumplir tus deberes. Y «a mediodía» tendrás el privilegio de comunicarte otra vez con él. Pruébalo hoy. Descubrirás un nuevo y fascinante horizonte en tu vida.
«La vida de Jesús era una vida de confianza constante, sostenida por una comunión continua; y su servicio para el cielo y la tierra fue sin fracaso ni vacilación». MJ 115.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

¿CUÁNTO CRÉDITO TENEMOS?

Por lo tanto, hermanos, esfuércense más todavía por asegurarse del llamado de Dios, que fue quien los eligió (2 Pedro 1: 10).

Rendir nuestra voluntad a dios y aceptar las provisiones que ha hecho para nuestra salvación, es lo único que nos toca hacer. Esto consiste en darle a Dios permiso para que actúe en nuestra vida. Cuando lo hacemos, él nos llevará paso a paso a la Canaán celestial. Todo el crédito es suyo. El ser humano solo accede.
Frecuentemente se levanta la pregunta sobre cuál es el papel de la voluntad humana en el plan de salvación. Citamos comúnmente el refrán popular: «Dios dice: "Ayúdate que yo te ayudaré"». Con esto queremos decir que de¬bemos esforzarnos al máximo para ser salvos; y cuando ya no podamos, entonces Dios viene en nuestra ayuda. Para esta mentalidad, la salvación es algo así como tres cuartos de crédito al ser humano y un cuarto de crédito a Dios.
Otros, exagerando una ilustración conocida, dicen que la salvación es como remar un bote de dos remos. En un lado está Dios y en el otro lado el ser humano. Para llegar al puerto de la salvación, tenemos que remar parejo con Dios. Esto parece dar un cincuenta por ciento del mérito a Dios, y el otro cincuenta al hombre. Aunque se le da un poco más de crédito a Dios, todavía es solo la mitad del esfuerzo.
Sin embargo, la salvación es, de principio a fin, una obra de la gracia de Dios. No hay nada que podamos hacer para obtenerla solos o asociados. Ni siquiera la fe, que es el brazo del Omnipotente, es creación nuestra. No contribuimos en nada, salvo en nuestra aceptación de las provisiones de la gracia de Dios. Y eso porque somos seres libres y Dios no nos puede llevar al cielo en contra de nuestra voluntad. Se nos dice: «¿Qué es la justificación por la fe? Es la obra de Dios que abate en el polvo la gloria del hombre, y hace por el hombre lo que él no tiene la capacidad de hacer por sí mismo» (Testimonios para los ministros, p. 464).

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C