sábado, 20 de marzo de 2010

UN CANTO PARA DE DIOS

Aun así, yo me regocijaré en el Señor, ¡me alegraré en Dios, mi libertador! El Señor omnipotente es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas. Habacuc 3:18,19.

¿Alguna vez pensaste que en el libro de Habacuc podrías encontrar una promesa tan hermosa? ¿Cuántas veces has leído este libro? El libro del profeta Habacuc es un tanto desconocido para muchos, jóvenes y adultos. ¿Cuándo fue la última vez que escuchaste una predicación basada en Habacuc? Quizá el texto más conocido de este libro lo habrás visto escrito en la pared de una iglesia «El Señor está en su santo templo, ¡guarde toda la tierra silencio en su presencia!» (Habacuc 2: 20).
¿Por qué no lees cómo comienza Habacuc su presentación? Después de su introducción en el primer versículo del libro, el profeta presenta su gran inquietud: «¿Hasta cuándo, Señor, he de pedirte ayuda sin que tú me escuches?» (1:2). Eso no es nada. ¿Qué te parece el atrevimiento del profeta en el versículo 13? «Son tan puros tus ojos que no puedes ver el mal; no te es posible contemplar el sufrimiento. ¿Por qué entonces toleras a los traidores? ¿Por qué guardas silencio mientras los impíos se tragan a los justos?». Reivindicativo, ¿eh? Y desesperado. Yo diría que incluso suena a acusación, pero, ¡contra Dios!
En el marco del gran conflicto en que vivimos, los tiroteos nos alcanzan y nos desesperamos. Queremos la intervención de Dios para que nada nos lastime. Ni los accidentes, ni la enfermedad, ni las rebeliones, ni las desilusiones. Olvidamos que nos hallamos en plena guerra, que nos movemos en territorio enemigo, que nos toca andar por un campo «minado».
En las respuestas de Dios hay verdaderas joyas del pensamiento bíblico: «Aunque parezca tardar, espérala; porque sin falta vendrá. [...] Pero el justo vivirá por su fe». «Porque así como las aguas cubren los mares, así también se llenará la tierra del conocimiento de la gloria del Señor» (Habacuc 2: 3, 4, 14). Y el profeta termina su breve libro con un canto. Lo inició en plan reivindicativo, pero lo termina cantando. ¿No nos pasa muchas veces lo mismo? Dios es amante y está dispuesto a confirmar nuestra fe cuando enfrentamos las grandes luchas del conflicto entre el bien y el mal.

«El hombre caído es el cautivo legítimo de Satanás. La misión de Jesucristo fue libertarlo de su poder». MJ 49.

Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

LA CONFESIÓN AL PRÓJIMO

Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad (1 Juan 1: 9).

La confesión del pecado es solo un aspecto del plan de Dios para ayudar a solucionar el pecado y sus consecuencias en la vida humana. Frecuentemente, el pecado no es contra Dios solamente, sino que hay otras personas a quienes nuestras faltas pueden afectar. El plan divino de la confesión requiere, si ha de haber sanidad total, que se haga confesión, no solo a Dios, a quien ofende toda falta, sino también al prójimo.
Esta es la razón por la que la Palabra de Dios nos dice: «Por eso, confiésense unos a otros sus pecados [...] para que sean sanados» (Sant. 5: 16). La confesión tiene en sí el poder de restaurar heridas. Es parte del plan divino que los seres humanos arreglen sus problemas unos con otros, a fin de hallar paz con el prójimo y con Dios.
A veces es más fácil confesar a Dios nuestros pecados, que pedir perdón a quienes hemos ofendido. Hacer esto requiere humildad y valentía. Por eso, hay personas que evitan el encuentro con su prójimo al ir directamente a Dios. Pero el Señor sabe que eso no nos va a ayudar a solucionar plenamente el problema. Por eso recomendó: «Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofren¬da allí delante del altar. Ve primero y reconcilíate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda» (Mat. 5: 23, 24). Dios no puede aceptar la confesión hecha a él si hemos pasado por alto a nuestro prójimo.
La confesión tiene otro aspecto difícil que hace que muchas personas la quieran pasar por alto. Cuando la falta es privada, debe confesarse privadamente; pero cuando la falta es pública debe hacerse públicamente. Si hacer una confesión privada requiere humildad y valor, la confesión pública lo requiere en mayor grado. Esta es la razón por la que no escuchamos muchas confesiones públicas.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C