viernes, 22 de enero de 2010

LA CARRERA PRINCIPAL

¿No sabéis que los que corren en el estadio, todos a la verdad corren, pero uno solo se lleva el premio? Corred de tal manera que lo obtengáis. Todo aquel que lucha, de todo se abstiene; ellos, a la verdad, para recibir una corona corruptible, pero nosotros, una incorruptible (1 Corintios 9:24, 25).

En enero de 2006, cuando establecí mis metas para el nuevo año, me propuse participar en la Maratón de Sao Silvestre que ha tenido lugar en Sao Paulo, Brasil, los 31 de diciembre por más de 50 años.
Comencé mi entrenamiento participando en pequeñas competencias de 6 a 10 kilómetros. Mi primera competencia larga fue difícil. Continuamente me preguntaba qué estaba haciendo allí. Me sentía cansada y estaba toda traspirada, quería sentarme en la acera y llamar a alguien para que me recogiera. Mi mente me decía que no iba a tener éxito, pero cuando escuché a la multitud animándome al final de la pista, todo cambió. Mis pasos se volvieron más firmes y una gran sonrisa reemplazó mi expresión de fatiga.
Durante mis salidas a correr, sola en la mañana (ya que nadie quiere salir conmigo a las 6 a.m.), comencé a considerar otra carrera en la cual todas participamos. Tal vez algunas de nosotras ya estemos cansadas. Tal vez nos hemos lastimado los pies, o hemos derramado lágrimas por los amados que perdemos. Tal vez no podamos escuchar a los ángeles que nos dan ánimo, ni tampoco podamos escuchar a nuestro amable Capitán diciéndonos que está a nuestro lado.
No tengo forma de saber si estás cansada de correr o no, pero quiero compartir algo contigo. ¡No te des por vencida! Cristo, nuestro Capitán, ya ha ganado esta carrera y ahora tiene los brazos bien abiertos, listo para levantarnos si es necesario, listo para ofrecer su mano. Él te ama y nunca te defraudará.
Aunque me entrené muchísimo, nunca gané una carrera ni obtuve un puesto elevado en el podio. Pero esto no me desanima. Sé que me espera un premio, y no sólo a mí, sino a todas las que quieran correr con Cristo. Nos podemos levantar, secar nuestras lágrimas, y ver a Jesús esperándonos con una hermosa sonrisa y nuestra corona en sus manos mientras nos dice: "Estoy feliz porque no te rendiste, te he estado esperando".
Lizandra Neves deAzevedo
Tomado de Meditaciones Matinales para la mujer
Mi Refugio
Autora: Ardis Dick Stenbkken

¿OBLIGADOS A PECAR?

En esta casa no hay nadie más importante que yo. Mi patrón no me ha negado nada, excepto meterme con usted, que es su esposa. ¿Cómo podría yo cometer tal maldad y pecar así contra DiOS? Génesis 39:9.

¿Habrás escuchado alguna vez una declaración más sublime y profunda que esta de José en cuanto a la verdadera libertad? Identifiquemos los elementos del texto que nos ayudan a entender la realidad de este cuadro bíblico, preservado por inspiración para enseñar a jóvenes y adultos cómo vivir libres del temor.
José había escalado posiciones de responsabilidad en el hogar donde llegó como esclavo, hasta convertirse en señor de la casa. ¿No habla esto de su fidelidad y de la calidad de su desempeño?
El joven hebreo tenía una clara conciencia de lo que significaba la Ley de Dios en cualquier rincón del planeta. José no iba a estar a expensas de las costumbres y un estilo de vida que no agradaban a Dios. Los principios que había aprendido en su hogar eran universales y no podían quedar expuestos al vaivén de los sentimientos o de conveniencias y compromisos sutiles con prácticas que se apartaban de las claras orientaciones divinas.
José sabía dar al pecado el nombre que le correspondía. Le dio nombre y los dos apellidos: Mal, pecado contra Dios.
Había llegado como esclavo. Las crisis de la envidia, la cobardía, el alejamiento de la casa de su padre, no habían logrado esclavizar su mente y su espíritu a la volatilidad de sentimientos, conveniencias y pasiones. Era libre y habló como hombre libre.
A José habían podido arrancarlo de la casa de su padre, pero no de los principios de su hogar; lo llevaron a una ciudad extraña, pero no se iba a apartar de sus valores familiares. Ahora se le presentaba una tentadora oferta, pero él era el dueño de su albedrío, y no podría ir en contra de su conciencia desobedeciendo a Dios. Él decidíó vivir en aquella casa, en condición de esclavo , pero libre del temor.

«Ningún hombre puede ser obligado a pecar. 'primeramente debe ser ganado su propio consentimiento; el alma debe proponerse el acto pecaminoso antes de que la pasión pueda dominar a la razón o la iniquidad triunfar sobre la conciencia. La tentación por fuerte que sea, no es excusa para pecar». MJ 65


Tomado de Meditaciones Matinales para Jóvenes
¡Libérate! Dale una oportunidad al Espíritu Santo
Autor: Ismael Castillo Osuna

LA MUERTE DE CRISTO ES REDENTORA

Porque ni aun el Hilo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos (Marcos 10:45).

Otra característica de la muerte de Cristo es que es redentora. Un objetivo importante de la muerte de Cristo es la redención del ser humano. Para expresar esto, los escritores del Nuevo Testamento usan varias palabras que pertenecen al mundo de los negocios y las transacciones comerciales: redimir, rescatar, comprar. En el vocabulario de aquel tiempo, estas palabras se usaban para referirse al precio que se pagaba por salvar algo que estaba empeñado, o por el rescate de prisioneros de guerra, y para comprar la libertad de un esclavo.
En español se usan preferentemente las palabras redimir y redención como términos casi exclusivamente teológicos. El apóstol Pablo dice que somos justificados por su gracia «mediante la redención que Cristo Jesús efectuó» (Rom. 3: 24); «en él tenemos la redención mediante su sangre» (Efe. 1: 7).
La redención también se expresa con el verbo comprar: «Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio» (1 Cor. 6: 19, 20). «Ustedes fueron comprados por un precio; no se vuelvan esclavos de nadie» (1 Cor. 7: 22, 23).
Y, por supuesto, está la idea de rescate: «Ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto» (1 Ped. 1:18,19). «Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, quien dio su vida como rescate por todos» (1 Tim. 2: 5, 6).
Estas ideas de redimir, comprar y rescatar sintetizan el mensaje del evangelio en conexión con la muerte de Cristo: Somos esclavos del pecado y no podemos hacer nada por nosotros mismos; nuestra única esperanza es que alguien ajeno haga algo por nosotros, y pague el precio que nosotros no podemos pagar. Esto lo hizo Cristo por nosotros, lo cual nos hizo libres del dominio del mal, emancipándonos de su poder y convirtiéndonos en siervos de Cristo e hijos de Dios. Por eso, el evangelio son las buenas nuevas de salvación que Cristo trajo al mundo.

Tomado de Meditaciones Matinales para Adultos
“El Manto de su Justicia”
Autor: L Eloy Wade C