domingo, 27 de diciembre de 2009

MIRA HACIA ARRIBA

Muchas son, Señor mi Dios, las maravillas que tú has hecho. No es posible enumerar tus bondades en favor nuestro (Salmo 40: 5).

Dios siempre está al pendiente de sus hijos y derrama bendiciones sobre nosotros, aunque a veces no las percibamos claramente. Mi abue¬la y sus hijos eran personas de campo muy humildes. Ella siempre estaba preocupada porque no sabía si iba a tener el dinero suficiente cada se-mana para alimentar a sus hijos. Pero a ellos nunca les faltó comida. En la ve¬reda que daba hasta su casa había muchos arbustos de un tipo de guayaba, que por lo general son árboles grandes pero esos eran pequeños, al alcance de los niños, que gustosos comían por el camino; también había unas frutas pa¬recidas a la pina. Había unas frutas con sabor a mora que colgaban de las ra¬mas y con facilidad se podían cortar. Además se daban unas jicamas enormes. Un día que mi abuela oraba a Dios contándole sobre todas las necesida¬des y carencias que tenía su familia, oyó una voz que le dijo: «Mira hacia arriba». Parecía que le decían: «Alza tu vista, ¿no te das cuenta que tu Padre celestial ha estado al pendiente de ti? ¡Agradece a tu Padre porque siempre han tenido qué comer! Mira hacia arriba para que tus ojos vean las bendiciones que han recibido, los cuidados que Dios ha tenido hacia ti y los tuyos. Deja de ver tus carencias y alaba a tu Dios, quien vela por ti, quien te observa con dulce amor y ternura».
Mi abuela se levantó de sus rodillas y dio gracias a Dios por su forma tan peculiar de satisfacer sus necesidades ante sus ojos, lo cual no había percibi¬do. Sus hijos nunca se enfermaron al comer todas esas frutas silvestres, hasta hoy creemos que fueron plantadas por un Padre lleno de amor.
¿Puedes mirar hacia arriba para que tus ojos se abran y vean las grandes bendiciones que Dios ha derramado sobre ti? Agradécele por su bondad infi¬nita, porque a pesar de las dificultades, problemas y carencias que alguna vez hayas experimentado, él ha estado al cuidado de ti.

Edith Várela Sosa
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su Amor.

TU VIDA IMPORTA

Mi ojos están pustos en ti. Yo te daré instrucciones, te daré consejos, te enseñaré el camino que debes seguir. Salmo 32:8.

Qué bello es vivir es una de las películas más famosa. En la historia George, el protagonista, siente que es un fracasado. La empresa de seguros que dirige está a punto de ir a la bancarrota y se siente responsable. Decide saltar de un puente y poner fin a su vida. Por lo que a él se refiere, su familia estaría mejor si estuviera muerto.

Justo antes de saltar, interviene un ángel. (Si has visto la película sabrás que los guionistas no sabían mucho de ángeles. Pero si podemos pasar por alto las imprecisiones de la historia, podemos aprovechar las importantes lecciones que contiene). Volvamos a la historia.
El ángel intenta animarlo, pero George está tan deprimido que piensa que habría sido mejor que no hubiera nacido. Por eso el ángel lleva a George en un viaje en el tiempo para mostrarle cómo sería la vida de las personas si George hubiese conseguido su deseo.
El ángel le muestra a George que si no hubiese nacido, no habría podido salvar a su hermano menor de morir ahogado. Y su hermano jamás habría crecido para ser un héroe de la Segunda Guerra Mundial. Si George no hubiese impedido al farmacéutico que le diera una medicina equivocada a un cliente, el hombre habría acabado en prisión. Después de ver lo diferentes que habría sido la vida de los demás, George se da cuenta de que su vida sí importaba y que vivir es bello.
Si tuvieses que escribir una lista con los nombres de todas las personas con las que has estado en contacto durante la semana, ¿cuántos nombres tendría? ¿Cincuenta? ¿Cien? ¿Quinientos? Aun cuando solo fueran cincuenta nombres, piensa en cómo serían esas cincuenta vidas. Una palabra amable, una sonrisa o una buena acción pueden cambiar la historia.

DAR CON SACRIFICIO

Y el rey dijo a Arauna: «No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada». Entonces David compró la era y los bueyes por cincuenta siclos de plata. 2 Samuel 24: 24.

El Señor había dado instrucciones a David para que ofreciera un sacrificio que detuviera la plaga que había caído sobre Israel por causa del censo del pueblo. El jebuseo Arauna puso a disposición de David todo lo necesario para realizar el sacrificio. Según el versículo de esta mañana, David rechazó de plano el ofrecimiento aparentemente generoso de su súbdito: «No, sino por precio te lo compraré; porque no ofreceré a Jehová mi Dios holocaustos que no me cuesten nada» (2 Sam. 24: 24).
En la respuesta de David podemos observar un principio fundamental: Los sacrificios que no tienen precio carecen de valor. David rehusó tomar lo que Arauna le ofreció, porque entendía que todo lo que se ofrece al Señor debe ser lo mejor, lo primero, lo que se necesita, y nunca lo que sobra. Los sacrificios que no tienen un coste no reflejan cuánto amamos a Dios, ni muestran reverencia y adoración.
Este principio nos enseña que debemos dar no de lo que nos sobra, sino de lo que nos cuesta. Lo que sobra rara vez duele, precisamente porque no lo necesitamos. La actitud cicatera de muchos cristianos queda perfectamente ilustrada con la siguiente fábula.
Un día se encontraron un billete de cien dólares y un billete de un dólar. El primero estaba nuevo y sin ningún maltrato; daba la impresión de que había sido tratado con cariño y mucho cuidado. En cambio, el segundo estaba todo envejecido y casi roto. Este le preguntó al de cien dólares: «¿Qué tal? ¿Cómo te ha ido?» La respuesta fue: «Muy bien, he viajado mucho. He estado en Europa, en los Estados Unidos, en los casinos de las Vegas, en los mejores hoteles, en los restaurantes más lujosos y costosos». El otro replicó: «¡Qué dichoso eres! A mí me ha ido muy mal. Solo me han llevado al templo y me han dejado en el plato de las ofrendas».
Decide hoy reverenciar al Señor dando lo mejor de tu tiempo, de tu dinero, de tus talentos y de tu vida. Solamente cuando estés realmente dispuesto a ser consecuente con el sacrificio de Cristo, que te exige la negación de ti mismo, verás un fruto genuino en tu vida espiritual. David entendía esta realidad, y por eso ofrendó con sacrificio.

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.