domingo, 30 de agosto de 2009

EL PLACER DE LA ORACIÓN

Dedíquense a la oración; perseveren en ella con agradecimiento (Colosenses 4:2).

Hace aproximadamente diez años tuve la oportunidad de formar parte de un coro. Nuestro director organizó una gira a la Ciudad de México y fuimos hospedados en un hospital. A mí me tocó quedarme en una de las habitaciones de la segunda planta. Como todo el día andábamos ocupados, no encontraba un momento para lavar mi ropa, de manera que se me ocurrió levantarme muy temprano para hacerlo. Como los tendederos estaban en la azotea y todos mis compañeros dormían, subí con cierta cautela a tender y, a la vez, con cierto temor porque estaba muy oscuro. Al llegar a la azotea comencé a tender mi ropa, cuando de pronto escuché una voz. Me asusté mucho porque no veía a nadie. Además, ¿quién podría estar a esa hora en la azotea de un edificio? Para mi sorpresa, se trataba de un alumno que hablaba con Jesús: estaba arrodillado con las manos juntas en ferviente actitud de humildad. Al ver a ese joven me sentí avergonzada porque yo no practicaba el hábito de levantarme temprano para orar. Además, pensé en los admirables padres de ese muchacho, ¡qué herencia tan hermosa le dieron! Nunca he vuelto a saber nada de él, pero estoy segura que es un hombre de éxito porque en el momento más oportuno de su vida ponía los mejores cimientos que puede tener la construcción de una vida cristiana. Muchas veces nos perdemos la oportunidad de recibir lo que necesitamos porque no pedimos. Santiago 4: 2 nos dice: «No tienen porque no piden». ¡Qué sencillo! No solo debemos orar para pedir, sino también para agrade­cer por lo que recibimos y conversar con el Señor. ¿Cómo te sentirías si con quienes convives solo te hablaran para pedirte algo? Creo que no sería muy placentero. Démosle el mismo trato a Jesús. Convivamos con él, platiquémosle lo que nos sucede: nuestros planes, su opinión y consejo. Cuando otras personas lo hacen con nosotras nos sentimos útiles y felices, especialmente cuando nuestros hijos se acercan. Nuestro Padre también se goza cuando sus hijos se acercan a él en oración. Démosle ese gozo a nuestro Dios.

Elizabeth Suárez de Aragón
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.

VENDRÉ OTRA VEZ

Vendré otra vez para llevarlos conmigo, para que ustedes estén en el mismo lugar en donde yo voy a estar. Juan 14:3

En 1989 un terremoto sacudió armenia. Fue tan fuerte que, en cuestión de minutos, murieron más de 30,000 personas. Tan pronto como sucedió, un padre corrió hacia la escuela a la que había ido su hijo esa mañana. Para horror suyo, descubrió que el edificio estaba comple­tamente derruido. Inspeccionó los cascotes y calculó dónde había estado la clase de su hijo y empezó a cavar. La gente que pasaba por ahí le decía que se detuviese. —No hay nada que se pueda hacer. Solo conseguirá hacerse daño. Mejor vuelva a casa. —No puedo —decía el hombre—. Le prometí a mi hijo que siempre estaría junto a él. Otros funcionarios de la ciudad intentaron desanimarlo. Pero él seguía con su tarea. La gente pensó que abandonaría cuando cayese la noche. Pero él continuó cavando. Pasaron las horas. Veinticuatro horas más tarde, todavía cavaba. Finalmente, a las 38 horas, retiró algunos restos y escuchó una voz conocida. —¡Papá! —¡Armand! —gritó el hombre. —Papá, estoy aquí, con otros catorce niños. No me rendí. Sabía que vendrías. Cuando la escuela se derrumbó, Armand recordó la promesa de su papá. Él siempre mantenía la palabra dada. Hace más de dos mil años Jesús hizo una promesa. Antes de volver al cielo, dijo a sus discípulos que un día volvería. No sabemos cuando sucederá, pero sabemos que no nos dejará. Él siempre cumple su palabra.

Tomado de la Matutina El viaje Increíble.

EL MILAGRO DE LA RESURRECCIÓN

Habiendo Jesús resucitado por la mañana el primer día de la semana, apareció primeramente a María Magdalena, de quien había echado siete demonios. Yendo ella lo hizo saber a los que habían estado con él, que estaban tristes y llorando. Marcos 16: 9, 10

Al leer en la Biblia el relato de la muerte y la resurrección de Jesús, surge la pregunta: ¿Por qué apareció a sus discípulos después de la resurrección? Ellos ya habían escuchado la noticia de los labios de las sorprendidas mujeres que visitaron el sepulcro muy de mañana el primer día de la semana. Sabían que la piedra había sido retirada y que su cuerpo ya no estaba en el sepulcro. Él les había prometido, además, que resucitaría al tercer día. ¿Qué propósito tenía Jesús en mente con las múltiples apariciones efectuadas después de la resurrección? ¿Por qué no ascendió al cielo? La creencia más aceptada es que no ascendió al cielo y apareció muchas veces a sus discípulos porque deseaba responder a ciertas preguntas que se habían suscitado entre ellos y para eliminar toda incredulidad. Si la resurrección es la doctrina clave, por la cual el cristianismo o cae o permanece en pie, era necesario que se disipase toda duda de la mente de los apóstoles. Apareció a María Magdalena para evitar que el rumor promovido por sus enemigos de que su cuerpo había sido robado fuera aceptado por ella como verdad, y para mostrarle que la profecía se había cumplido. Apareció a Tomás para mostrarle que su cuerpo lacerado y quebrantado se había levantado de la tumba. Apareció a Pedro para restaurar su amor después de que este le hubiese negado. Estas apariciones fueron muy importantes. Tenían por objetivo equipar a los nuevos heraldos del evangelio con más evidencia de la verdadera identidad de Jesús como Hijo de Dios. Si alguno de ellos abrigaba alguna sombra de duda en su corazón, ahora su presencia visible y palpable la disipaba completamente. Nadie podía dudar. Aunque ha­bía muerto como un criminal, ahora se levantaba como Rey. Demostró que los poderes de la muerte ya no se enseñorearían más sobre los que creen en él. Él es la «resurrección y la vida». Su amor es suficientemente grande como para conquistar toda duda. Piensa hoy en el milagro de la resurrección. Tu esperanza surgirá como la luz del mediodía. Tus oraciones cobrarán un nuevo significado. Pide al Señor que, así como se apareció a sus discípulos el día de su resurrección, ayude a tu mente finita a compren­der la maravilla de su muerte y el milagro de su resurrección.

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos.