domingo, 2 de agosto de 2009

LA ORACIÓN ES MARAVILLOSA

Oren sin cesar (1 Tesalonícenses 5: 17).

Nací en un hogar cristiano. Mi padre era pastor y dedicó toda su vida al servicio de Dios. Mi madre fue una fiel cristiana. Los dos me enseñaron a orar desde muy pequeña, a confiar en Dios y a amarlo. Siempre oraba. Pero al ser adulta encontré un libro que abundaba en el tema de la oración; lo leí y me gustó mucho. Decidí ampliar mi conocimiento sobre el tema, por ello conseguí otros textos y fui adentrándome cada vez más en el mundo de la oración. Era como explorar en una mina llena de tesoros completamente desconocidos: mientras más avanzaba, más encontraba. Una amiga me invitó a un grupo de oración y fue una experiencia maravillosa. Cuando alguna de nosotras tiene una necesidad, un problema, una aflicción, solamente levanta el teléfono y al momento un grupo de personas ora por ella. Hemos experimentado respuestas increíbles, desde las situaciones más sencillas hasta los más inexplicables milagros. Te invito a formar tu grupo de oración. No tiene que ser muy grande: donde se reúnen dos o tres personas, allí está Dios. Reúnanse únicamente para orar, en otra ocasión se puede platicar y celebrar alguno que otro evento social. No tienes que explicar cuál es tu problema si no quieres, pero oren juntas. Nuestras oraciones tienden los rieles por los cuales puede venir el poder de Dios como una poderosa locomotora. Su poder es irresistible pero no puede alcanzarnos sin los rieles.

Susana Limón de Reyna
Tomado de la Matutina Manifestaciones de su amor.

¡IMAGINA!

Y así destruimos las acusaciones y toda altanería que pretenda impedir que se conozca a Dios. Todo pensamiento humano lo sometemos a Cristo, para que lo obedezca a él. 2 corintios 10: 4, 5.

Imagínate que estás de pie en el tejado de un rascacielos. Alguien ha puesto un tablón desde donde tú estás hasta otro edificio alto justo en la acera de enfrente. Tu misión es andar por el tablón y llegar al otro lado de la calle sin caer. ¿Listo? Ponte en el extremo del tablón. Mira al otro edificio y comprueba a qué distancia está. Ahora da el primer paso. Con cuidado, el ancho de la tabla solo mide un palmo. Desliza el pie derecho por la tabla. Luego pon delante el izquierdo. Poco a poco; no pierdas el equilibrio. Un movimiento equivocado y te estrellarás contra el asfalto de la calle. De repente, cuando estás a medio camino, el tablón empieza a oscilar. Primero lentamente. Pero cuando das el siguiente paso, empieza a subir y bajar. Desesperado, intentas mantener el equilibrio. Pero te das cuenta de que no hay nada a qué agarrarse, Te inclinas demasiado a la derecha. Sin pensarlo, desplazas tu peso hada la izquierda. Instantáneamente los pies te resbalan fuera del tablón y sales disparado por el aire. Te oyes gritando mientras la calle se precipita sobre ti. Fin de la historia. ¿Cómo te sientes ahora? Si usaste realmente tu imaginación, quizá tengas una sensación extraña en el estómago. No corrías ningún riesgo pero, de algún modo, algo en tu cerebro convenció al cuerpo de que tu vida estaba en peligro. Ese es el poder de la imaginación. El mal, ya sea real o imaginario, siempre causa un efecto negativo sobre la mente, por no mencionar el resto del cuerpo. Tómate un espiro. Mantén el pensamiento centrado en las cosas buenas.

Tomado de la Matutina El viaje Increíble.

EL MÁS GRANDE ES EL MENOR

Y dijo: «De cierto os digo, que s¡ no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos». Mateo 18:3

Seguramente también tú, como todos los seres humanos, tienes en lo más profundo del corazón el deseo de ser "alguien", de ser reconocido, de ser importante, es ser igual o más que los demás. Es un deseo natural del corazón humano. Es el mi persistente de todos los deseos del hombre. Los discípulos de nuestro Señor, hasta el último momento de la vida de Jesús siguieron discutiendo «quién de ellos sería el mayor». Por eso le preguntaron a Jesús: «¿Quién es el mayor en el reino de los cielos?» (Mat. 18:1). Evidentemente, las propias lecciones de humildad de Jesús, dadas por precepto y ejemplo, no habían surtido efecto. Necesitaban una lección más impactante. La definitiva la recibieron cuando les lavó los pies. Pero ya antes les enseñó la misma lección con otro ejemplo sencillo. El Señor Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos, y les dijo: «De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así que, cualquiera que se humille como este niño, ese es el mayor en el reino de los cielos» (Mat. 18: 3,4). Los discípulos imaginaban un reino terrenal, con cortesanos, ministros, embajadores y gobernadores, posiciones todas en las que la grandeza se mide por el poder, la influencia, la popularidad y el dinero. En el mundo, la posición, el engrandecimiento" propio, la influencia, la riqueza y la educación se usan para el engrandecimiento propio, para dominar a los demás. Las clases "superiores" piensan, deciden y gobiernan las clases humildes obedecen y sirven. Sin embargo, Cristo estaba estableciendo un nuevo reino, basado en principios diferentes. Llamaba a los hombres no a ejercer autoridad, sino a servir. El poder, la posición, el talento y la educación obligan a quien los posee a servir a su prójimo. Eso hizo el mayor de los hombres de todos los tiempos: «Toda la vida de Cristo había sido una vida de servicio abnegado. La lección de cada uno de sus actos enseñaba que había venido "no... para ser servido, sino para servir". Pero los discípulos no habían aprendido todavía la lección» (El Deseado de todas las gentes, p. 598). En el reino de Dios, el más humilde es el más grande. El que más sirve es el más útil. El que reconoce que sin Jesús nada puede hacer, es el más realizado. Por eso puso a un niño como ejemplo. Los discípulos de Jesús solo aprendieron esa importantísima lección cuando terminaba su período de instrucción. ¿Ya la has aprendido tú?

Tomado de la Matutina Siempre Gozosos